La Huelga de 1935
En mayo de 1935 los telefonistas de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana se declararon en huelga. Las causas eran, a decir de los telefonistas, las constantes violaciones al Contrato Colectivo y al Art. 123 constitucional, además de que la revisión del Contrato no se había realizado desde 1932.
La Telefónica, como siempre, negó las argumentaciones de los telefonistas, señalando la inexistencia de dichas violaciones, en cuanto a la revisión del Contrato, dijo que no era su culpa de que no se hubiera revisado, ya que el Sindicato no habían solicitado su revisión, para modificarlo, a pesar de que esto, de acuerdo con la ley se debería hacer cada dos años.
Por estos motivos, la Telefónica consideró que la huelga no estaba justificada, además de contemplar que era un conflicto artificial con el fin de perjudicar a la Compañía, pues la huelga estaba encabezada por “elementos que no representan el espíritu de la colectividad”, por lo que, “en el fondo de este asunto no hay más que maniobras de algunos elementos desechados de la Compañía, perfectamente liquidados en el terreno legal y mucho más liquidados en el terreno moral”.
La Telefónica omitía señalar que los telefonistas “liquidados” habían dirigido un movimiento para destituir a la vieja dirección sindical que en lugar de representar los intereses de los trabajadores, representaba los de la Telefónica. La huelga se complicó y alargó, por lo que la Compañía Telefónica culpo a un pequeño grupo de telefonistas de impedir que el conflicto se resolviera, pues a pesar de que la huelga había sido declarada legal, la Telefónica Mexicana continuaba señalando que ésta era injustificada.
¿Pero quiénes eran estos telefonistas que tanto malestar y repudio causaban a la Telefónica?
Según la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, Roberto Esparza Calderón era uno de ellos. “Tenemos records en nuestro poder que muestran sus actividades ultra radicales en Nueva York, en donde colaboraba en un periódico comunista, y a causa de las cuales, en un mitin callejero, hasta recibió un golpe en la cabeza. Se vio precisado regresar a México, y con la Compañía Telefónica no llevaba tres años escasos de trabajar, pero el hecho es que desde noviembre del año pasado (1934), en que fue separado, ha estado viviendo sin que le haga falta el trabajo o el sueldo. Muchos meses antes de que ingresara al Sindicato, la Clínica había dictaminado que ese señor padecía “psicoastenia” (conviene que cada quién consulte el diccionario y conozca los detalles de esta enfermedad).
Por su preparación o quizá por su enfermedad, y también seguro, porque él no necesita el trabajo para seguir subsistiendo, se muestra intransigente a todo arreglo”.
Otro era Federico Alexanderson, “joven de unos 24 años, inexperto, pulcro en el vestir, con flor en el ojal, luce bastón y polainas. No tiene empeño en que se solucione el conflicto, porque el no tiene problema en la vida. Es soltero y vive al lado de sus familiares, y, por tanto, cuenta con habitación, alimentos y vestido por todo el tiempo que él desee. Su padre es un rico propietario, Secretario General de la Cámara de Comercio de la Ciudad de México, con una lucrativa y antigua clientela en el ramo de seguros y dueño de una de las crías de conejos más importantes que existen en el país. Persona estimabilísima por todos conceptos es don Pablo Alexanderson, a quién aludimos, destacado en el mundo de los negocios, hombre probo a carta cabal y a quién seguramente su hijo le da fuertes dolores de cabeza.
Los otros hermanos del joven líder Alexanderson son cultos profesionistas y hasta uno de ellos es sacerdote en España. Naturalmente no todo el mundo debe pensar ni tener las mismas ideas y está bien que sea así, pero hay que ver claramente a través de las cosas.
¿Qué interés puede tener el joven Alexanderson en que terminen satisfactoriamente las dificultades?”.
Otro más era Guillermo Lozano, “que a la luz del día no sale mucho, pero que a ocultis (sic) ha seguido agitando y que tampoco quiere, por satisfacer rencores personales seguro, que los trabajadores arreglen sus diferencias con la Compañía. Se trata de Guillermo Lozano, contador que fue de la Compañía y a quién por economías o habiendo perdido la confianza de ésta, o por ambas cosas, dejo de trabajar, recibiendo indemnización de tres meses, su antigüedad, importe de vacaciones no disfrutadas, etc., etc., en conjunto $3153.33. Con el problema de la vida resuelto temporalmente, pues pertenece a familia pudiente y de profesionistas, con dinero en el bolsillo y a pesar de que había firmado finiquito absoluto, reclamó ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, donde existe juicio pendiente que seguro será resuelto a favor de la Compañía, sabe que jamás podrá ser reinstalado, pues siendo empleado de confianza y habiendo perdido ésta, no hay poder humano que pueda lograr que trabaje de nuevo en la Compañía. Sabiéndolo así, sigue haciendo presión y agitando para que no haya arreglo. No le importan los trastornos que pueda sufrir la Compañía, ni los perjuicios que indudablemente está recibiendo el personal de trabajadores”.
La Compañía Telefónica descubrió también que “trabaja en la Secretaria de la Economía Nacional un señor de apellido Prieto Laurens, hermano de otro Prieto Laurens, miembro del Comité de Huelga”
Después de 26 días la huelga y a pesar de la intervención de los telefonistas “liquidados”, ésta fue resuelta a favor del Sindicato Nacional de Telefonistas, a excepción del aumento salarial, que quedaría pendiente hasta la revisión del Contrato en 1937.