El Universal, 3 de Julio de 1926.
VIDA COTIDIANA.
LA FACILIDAD QUE ENTRAÑA EL NUEVO SISTEMA DE COMUNICACIÓN AUTOMÁTICA DE LA EMPRESA ERICSSON.
Una vez Entendido el Funcionamiento del Aparato Automático por Parte del Suscriptor la Comunicación Nunca Fallara.
“Hoy las ciencias adelantan ¡que es una barbaridad!”.
Así cantaba el vejete de la antigua zarzuela, allá por los años de mil ochocientos noventa y tantos.
¿Qué diría este mismo personaje en nuestros días si para hablar por teléfono con su amigo o su amiga –a los que tan afecto era- no tuviese más que ensartar la yema del dedo cinco veces en los diversos agujeros de un circuito metálico adherido a la caja de su aparato?
Se desmayaría de asombro.
Y la cosa no es para menos. Cabía en la mente del mas cretino telefoneador, la sencillez del antiguo sistema, tardo y molesto.
Descolgar el audífono, colocarlo en la oreja y esperar que una voz más o menos grata, le preguntara lacónicamente: “¿Número”? era, aunque aburrido, fácil de comprender. Pero que ahora, con el nuevo sistema implantado por la Empresa de Teléfonos Ericsson, basta hacer girar el disco rotatorio para poner en comunicación directa con quien se desea, sin intervención alguna de la mano del hombre (léase de las señoritas telefonistas), es para desconcertar a quien quiera penetrar un poco ese misterio.
Y por una de esas casualidades, nosotros fuimos de los curiosos y nos encaminamos ayer al edificio construido ex profeso para esta Central Automática en las calles de puebla y Monterrey, de la colonia Roma.
Como se trataba de subir a los paraísos de la curiosidad, empezamos por los sótanos del edificio. Ahí que la primera sorpresa, porque no habíamos imaginado que pudieran entrar en una casa tal cantidad de alambres. Millares de líneas procedentes de todos los rumbos de la ciudad se dan cita en aquellos sótanos y se dirigen seriamente, sin titubeos ni “entretenidas” como es costumbre entre nosotros, a su fin respectivo que es un aparatito de treinta centímetros de diámetro que afecta la forma de un reloj. Este el primer paso de la comunicación automática y aquellos los primeros pasos que dimos nosotros con la boca abierta, en el edificio Ericsson.
Comenzó nuestro ascenso hasta más allá del entresuelo constituido por los salones donde funcionan las dinamos. Los transformadores los mejores de alta potencia y tablas de distribución de fuerza, así como los motores de emergencia que comienzan a funcionar automáticamente cuando otro de los motores sufre algún desperfecto.
Si fuéramos ingenieros, este departamento nos hubiera interesado ampliamente, pero como no somos más que unos modestos “suscriptores” de teléfono, teníamos prisa en llegar al plafón de nuestra curiosidad, el lugar donde suponíamos que han de rematar aquellos alambrados del sótano.
Entonces tuvo una espera nuestra ansia de conocer aquellos secretos y misterios de la ciencia; fuimos conducidos al segundo piso donde tuvimos la desilusión que había empleadas.
¡Acabaremos –pensamos. Así qué gracia tiene! Se acabó el misterio. Nos han defraudado! Nosotros creíamos que en esta casa, como en las de los cuentos de niñas, no había ser humano y que todo lo hacían los duendes o “genios” del ingenio moderno.
.Pero se nos dio la explicación –dijéramos mejor, la excusa- de que las empleadas que ahí veíamos, perduraban por no estar aún unificado el sistema, y que la misión de tales señoritas era poner en comunicación a los suscriptores que aún conservan el viejo sistema con los del nuevo. Una especie de amigos mediadores entre la reacción y la revolución, entre el régimen antiguo y el nuevo para establecer el equilibrio que cimiente la futura paz “automática” de los teléfonos.
Y tan es esta la misión de esas iniciadas que escuchan quejas, remedian males y corrigen errores; lo mismo que haría el amigo intermediario para unificar los espíritus dispersos en los sistemas contrarios de nuestra vida política contemporánea.
Y en el tercer piso, continuando nuestra marcha ascendente llegamos a tener deseo de satisfacer la curiosidad incontenida, quedando poco menos que desquijarados al abre írsenos la boca de par en par.
Ahí estaba el milagro inquirido, tres pasos hasta el edificio de la Ericsson. Es una amplia sala donde están instalados los verdaderos muros de aparatos con capacidad para la operación de diez mil líneas telefónicas.
Nuestra guía nos explicaba cuáles de ellos eran aparatos registradores, cuales los “buscadores” y cuales los “conectadores”. Nombres y nombres y nombres –palabras, que diría al principio que caían sobre nuestra curiosidad y en el cartón piedra de nuestra ignorancia como un aguacero de gotas de gestos que venimos padeciendo hace varias semanas como un chipi-chipi.
Y al ver aquello, nos poníamos a pensar en lo ajeno que esta el suscriptor del teléfono cuando hace girar su ruletita en la sencilla caja de madera aplicada al muro en su domicilio, de aquel enjambre de líneas y de aquel berenjenal de alambres que han sido necesarios para darle una moderna comodidad.
Ciertamente. El suscriptor que enterado del manejo de su teléfono, clava el dedo en cada uno de los números que forman la cifra que deseen, y hace retroceder el disco hasta el tope que lo detiene, dejándolo en libertad para que retroceda a su punto de de partida, no se imagina que con tan sencilla acción pone en movimiento miles de miles de discos, de engranes, de corriente, de luces y ondas sonoras.
Y tampoco se pone a considerar cuánto gana en tiempo y ahorro en bilis, con este nuevo sistema, que viene a suplantar y destruir aquel otro primitivo y molesto que lo hacía estar largos ratos con una oreja aplastada por el audífono, frente a la bocina parada con el vaho hecho rocío de tanto esperar, y perforado el oído con el campanilleo que repica incesante sin obtener la comunicación pedida.
Hoy basta confrontar con la yema del dedo las cifras del número que se desea y la comunicación se establece eficaz, inmediata, infalible, sino comete error el solicitante.
Pero esto es poco todavía, afirmaba nuestro informante. Cierren ustedes la boca para descansar las quijadas, mientras vuelven a abrirla de par en par, cuando la Empresa establece, que será muy pronta la comunicación telefónica por este procedimiento con todas las poblaciones del país y algunas de los Estados Unidos.
Esto ya nos pareció sencillo, pues razonando con ingenuidad, pensamos que ya no es cuestión más que de metros más de alambre.
¿Metros? –pregunto el guía. ¡Kilómetros, amigo. Kilómetros! Y grandes motores y fuertes dinamos y un enorme deseo y una tenaz voluntad para ir a la vanguardia del progreso.
Sinceramente confesamos que no habíamos caído en ello. A nosotros nos basta qu con saber que para hablar con un pariente que está lejos y no pensamos en nada. Pero nuestro guía tiene razón.
Nos comemos el pan, pero no sabemos ni quien lo hizo.
Y sin embargo, repelamos cuando encontramos en él una hormiga.
Filosofando obcecados con la idea, llamamos a la oficina de regreso de nuestra visita a la central Automática pedimos por teléfono al sistema.
– ¡Central!… ¡Central!
– ¿Número?
– ¡Pan!… Buscadores…
– No entiendo, señor, ¿número?
– Y colgamos el audífono a cuenta de que decíamos, porque no habíamos salido de nuestro asombro. Es una maravilla que deberían conocer, las instalaciones de la Primera Central Automática que acaba de realizar la Empresa de Teléfonos Ericsson.
– Al escribir esto, toda la boca abierta. Y al mismo tiempo, tenemos punto en boca.