¡Si te embarazas… te vas!

Condiciones de trabajo y salud en la Ericsson en 1929.

Como consecuencia de la recuperación de los bienes de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, trabajadores y propietarios de ésta, acordaron firmar a mediados de 1926, un Contrato Colectivo de Trabajo, cuyo contenido para su tiempo, estableció prestaciones de carácter social bastante favorables para los telefonistas.
Con estos antecedentes, los telefonistas de la Empresa de Teléfonos Ericsson en el Distrito Federal, decidieron también demandar la instauración de su Contrato Colectivo de Trabajo, pero la tarea no sería fácil, ya que a finales del mes de octubre de 1927, cuando anunciaron su solicitud a la Empresa, ésta respondió en noviembre con agresiones, intentando provocar enfrentamientos entre sus trabajadores para dividirlos, despidiendo además a los telefonistas que le habían presentado el proyecto para la creación del Contrato Colectivo.
Esto obligó a los telefonistas a iniciar una serie de paros y huelgas, en protesta por la actitud de la Ericsson, haciendo que la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje interviniera en el conflicto, obligando a la telefónica sueca a reiniciar las negociaciones, que habían sido suspendidas en el mes de noviembre, el resultado fue la aprobación de 46 clausulas, quedando 18 al arbitraje de la Junta.
Sin embargo, la gerencia de la Ericsson se negó a aceptar el laudo emitido por la Junta, obligando a los telefonistas a emplazar a huelga para el 25 de agosto de 1928, exigiendo la puesta en vigor del Contrato y una indemnización por los perjuicios recibidos, además de que se pagaran los salarios por el tiempo que durara la huelga. Ante la negativa de la Ericsson, la huelga estalló el 26 de agosto.
Después de prolongadas negociaciones, en donde además intervino el Secretario de Industria Comercio y Trabajo, doctor Manuel Puig Casauranc, la Ericsson aceptó poner en vigor el Contrato Colectivo decretado por las autoridades, comprometiéndose a pagar los salarios por el tiempo que durara la huelga, pero advirtió de que en caso de que la huelga continuara, consideraría “que los telefonistas [habían]… renunciado a sus empleos”.

Los telefonistas acordaron levantar la huelga el 31 de agosto, por lo que de inmediato se pusieron en funcionamiento las 25 mil líneas del D.F., detectándose solamente 1000 fallas, provocadas principalmente por las fuertes lluvias que habían caído sobre la ciudad.
Pero la forma en que se solucionó la huelga de 1928, y el establecimiento del Contrato Colectivo, no fue de la total satisfacción ni de los trabajadores ni de la empresa, ya que esto no había sido producto de la negociación entre las dos partes, sino de la imposición de las autoridades.
Nuevamente las diferencias entre los telefonistas y la Ericsson surgieron a principios de abril de 1929, cuando los trabajadores hicieron del conocimiento de la telefónica sueca, de un pliego de peticiones, que incluía el emplazamiento a huelga, dando un plazo de 10 días para su estallamiento. Los telefonistas exigían que la telefónica sueca solucionara varios de los puntos pactados en agosto de 1928 y la creación del Contrato Colectivo de Trabajo.
Además, este asunto se complicó cuando la Ericsson decidió despedir a las telefonistas María Hernández por reclamar incapacidad por padecer una enfermedad crónica de la laringe y, a María Enciso, Carmen Aragón y Ricarda Arellano, por estar embarazadas, hecho que obligó al Sindicato a solicitar la intervención de las autoridades para que determinaran si era justificado o no el despido de las “señoritas operadoras”, toda vez que no existían antecedentes ni en los contratos que había celebrado el sindicato con la Ericsson, ni en las leyes.
Pero el verdadero motivo de estos despidos era que, como consecuencia de los cambios tecnológicos que se venían produciendo en la telefonía, al instalarse las nuevas centrales automáticas de tipo AGF-120 con selector rotatorio en la Ciudad de México, como eran el caso de las Centrales Valle, Apartado, Piedad, San Ángel, Mixcoac, Coyoacán, Portales, Peralvillo, Tacubaya, Santa María, Condesa y Tacuba. El que resultado de estos avances provocó a la Ericsson la necesidad de reducir su personal, principalmente entre las operadoras, por lo que con cualquier motivo las despedía.
Este hecho obligó al Sindicato a solicitar la intervención de las autoridades laborales para que determinaran si era legal el despido de las “señoritas telefonistas”, por lo que la Junta Federal de Conciliación solicitó tanto a la Empresa como al Sindicato, que eligieran especialistas en la materia para poder dar un dictamen.
La Empresa de Teléfonos Ericsson solicitó entonces como perito Médico, al Dr. E. J. Bonilla para que por medio de doce preguntas planteadas por la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje número 5, diera un dictamen razonado, que justificara el despido de las cuatro “señoritas operadoras”.
En el caso de la telefonista María Hernández, esta señaló que las pésimas condiciones de higiene que prevalecían en la Sucursal Chapultepec, eran el origen de su enfermedad, que fue diagnosticada como una “laringitis crónica exacerbada”, situación que la obligó a solicitar su cambio a la Sucursal de Mixcoac, “en donde notó una ligera mejoría”.
El origen de esta enfermedad –señaló la “señorita” Hernández- partía desde abril de 1928, ya que estando en el turno de velada, las condiciones de ventilación de la Sucursal Chapultepec, provocaba “muchas corrientes de aíre”, lo que hizo que se enfermara, por lo que a pesar de esta condición, continuó trabajando en el mismo turno.
Sin embargo, la señorita Hernández en el mes de enero de 1929 tuvo una recaída, por lo que según su propio testimonio, acudió “al Dr. Domínguez, médico de la empresa para el servicio de las sucursales”, solicitándole inyecciones con el objeto de curarse rápida y radicalmente de su enfermedad, pero el mencionado Dr., le contestó textualmente “que había inyecciones efectivamente que podían mejorarla, pero que la Empresa no autorizaba tales medicamentos”.
María Hernández tuvo entonces, por indicaciones del mismo médico y a pesar de su raquítico salario, que comprar las inyecciones que la mejoraron notablemente.
El médico nombrado por la Ericsson –Dr. Bonilla- señaló entonces que a pesar de que la “señorita” Hernández, consideraba que la causa de su enfermedad eran las malas condiciones higiénicas del lugar donde realizaba su trabajo, como eran la humedad y las emanaciones de un pozo que se encontraba en la parte baja de la Sucursal, él había encontrado “que la casa está en muy buenas condiciones higiénicas”. Por lo que el Dr. Bonilla concluyó entonces que la enfermedad que tenía la “señorita” Hernández era “una ligera inflamación de las amígdalas y en la faringe”, y que “su padecimiento laríngeo había mejorado notablemente”, con su cambio a la Sucursal de Mixcoac, por lo tanto, aunque su estado general de salud era delicado, no debería considerarse como una enfermedad profesional.
El Sindicato de Obreros y Empleados de la Empresa de Teléfonos Ericsson, nombró al Dr. Jesús C. González para que respondiera a la telefónica sueca sobre la enfermedad de la señorita Hernández.
El Dr. González diagnosticó que la enfermedad que padecía la “señorita” Hernández era “una laringitis crónica exacerbada y una faringitis granulosa hipertrófica crónica también”, provocada por la humedad y baja temperatura que existía, sobre todo en las noches en la Sucursal Chapultepec y a la falta de un tratamiento adecuado, ya que debió indicársele que debía haber “guardado reposo en cama”, por lo que a pesar de la falta de condiciones higiénicas adecuadas en la Sucursal Chapultepec, ella había continuado trabajando. Cuando la “señorita” Hernández se presentó en la Oficina Central de la Ericsson para solicitar su cambio a Mixcoac “la Superioridad”, al darse cuenta de su enfermedad, en forma inmediata la canalizó con el Dr. Espinosa, médico de la empresa, quién considerando que el asunto era más grave, “la mandó” al Dr. David Caraveo, quien creyendo que su enfermedad era de origen tuberculoso, “mandó hacer el análisis del esputo investigando el bacilo de Koch”, el cual resultó negativo.
La conclusión del Dr. González fue que con motivo de su despido, la “señorita” Hernández (que tenía 40 años de edad), su estado de salud se había deteriorado más como consecuencia de “carecer de recursos”, ya que “en general se ve bastante desnutrida y hemasiada (sic), aunque clínicamente no presenta signos clínicos de tuberculosis pulmonar”, por lo tanto su enfermedad debería ser considerada como profesional, toda vez que fue adquirida en el trabajo.
En relación a las telefonistas embarazadas despedidas por la Ericsson, la Junta Federal planteó doce preguntas para que los médicos respondieran si los cambios psico-fisiológicos producidos en el organismo de las mujeres en estado de gravidez podrían afectar la calidad y eficiencia que el servicio telefónico requería, además de si el tipo de trabajo que realizaban podrían ser la causa de aborto o parto prematuro, ya que la Empresa manifestaba que debido a su estado “les impedía desempeñar eficazmente su trabajo” y por lo tanto, dar un buen servicio a los usuarios. Pues el trabajo de las operadoras requería “una excesiva ecuanimidad y una gran tolerancia para con los abonados y para el público en general”, ya que además de que “sufrían cambios en su carácter”, también les afectaba la vista y el oído “órganos fundamentales para realizar bien su trabajo”, por lo que la Ericsson demandaba que sus trabajadoras tuvieran “una integridad perfecta en lo que se refiere a los órganos de los sentidos”.
La Ericsson preocupada por sus clientes, consideraba que los cambios producidos en el carácter de las operadoras embarazadas, les impedía desempeñar eficazmente el trabajo que se les había encomendado.
Para justificar estas exigencias, el Dr. Bonilla –contratado por la Ericsson- explicó en su dictamen que “la telefonista tiene durante cuatro horas no interrumpidas de labor en su mesa de trabajo. Cada una de las empleadas permanece durante ocho horas de servicio activo con una interrupción de descanso más o menos de media hora; esto es por lo que se refiere la labor diurna que es la más pesada; la labor nocturna es de siete horas y media y por último, la labor que llaman mixta que comprende horas diurnas y nocturnas comenzando la noche a las dieciocho horas, es de siete horas y media. Las cuatro horas de trabajo en el día permanece sentada la empleada frente al tablero que no tendrá más de unos sesenta centímetros de ancho y un metro sesenta centímetros de alto. En la parte superior del tablero están colocados de cincuenta a doscientos contactos correspondientes a los números que tiene a su cuidado cada telefonista y en la parte superior del tablero que le designan con el nombre de ´múltiple´ se hallan colocados todos los contactos de los números restantes que no están al cuidado directo de la telefonista y con los cuales tiene que hacer diversas comunicaciones; cuando estas comunicaciones tiene que hacerlas con los números que están inmediatamente debajo de lo que llaman ´múltiple´, puede hacer el trabajo sentada; para conectar los que están a la mitad del tablero ´múltiple´ tiene que medio levantarse, y para conectar los de la parte más alta, tiene que levantarse totalmente de su asiento; los contactos donde tienen que entrar las clavijas son demasiado pequeños y el número de conexiones que se hace por cada empleada, por hora es de doscientos más o menos en los múltiples de mayor movimiento y menos en los de menor movimiento. Por lo expuesto se comprende la imperiosa necesidad y la integridad perfecta de sus órganos de la vista y el oído para desempeñar esa labor”.
El doctor Bonilla concluyó que debido a él “estado transitorio y anormal del embarazo, priva a las mujeres en estado de gestación de gran parte de sus facultades físicas, que normalmente emplean para el desempeño de sus diversas labores cotidianas, puesto que la mayor actividad orgánica se concentra en la gran función de la gestación [por lo que], no está la telefonista en estado de embarazo, en condiciones de prestar eficazmente su trabajo”.
Otra de las preocupaciones de la Ericsson era que debido a la naturaleza del trabajo que “era duro y pesado” de la telefonista embarazada y, como consecuencia de sus cambios fisiológicos producidos por esta condición, esto pudiera causar el aborto o el parto prematuro.
La opinión del doctor Bonilla fue que, aceptando que el trabajo de las telefonistas era duro y pesado, el cual demandaba “la integridad completa de las jóvenes que desempeñan este servicio y que por ley natural se encuentran en estado de embarazo realizando esta labor, está expuesta al aborto, al parto prematuro, a la mala presentación del producto. Lo que determina un parto laborioso y a producir niños poco desarrollados y vigorosos, ya que está demostrado que los productos de las mujeres embarazadas que se encuentran obligadas a un trabajo hasta días antes del alumbramiento, dan hijos hasta quinientos gramos menos de lo normal”.
Finalmente, por estas razones, el doctor Bonilla salió en defensa de los clientes de la empresa y señaló a la telefónica sueca, que las mujeres embarazadas “no están capacitadas para desarrollar un trabajo tan intenso, tan delicado, tan acucioso y tan nimio como el que se desarrolla en las Oficinas de la Empresa Ericsson […] y ante la imposibilidad de seguir utilizando sus servicios por ser diferente, ante los perjuicios que pueden sobrevenirles a las empleadas en estado de embarazo por un aborto, por un parto prematuro o por un mal parto y ante la necesidad de prestar un servicio eficiente […] a mi juicio [dijo el doctor Bonilla], al tomar una determinación ningún dolo o mala fe y sí solamente, el deseo de beneficiar al público suscriptor, que cada día exige un servicio más eficiente, más preciso y correcto”.
El doctor Bonilla concluyó entonces que “las señoritas telefonistas deben de ser solteras y no aceptar ninguna relación ilícita sexual que las exponga a la maternidad y estimo también que las mujeres embarazadas no pueden prestar el servicio telefónico que la empresa necesita, desde el principio de su enfermedad y que por lo tanto es justificado que estas mujeres embarazadas sean despedidas de su trabajo, de telefonistas”.
Por su parte, el doctor Jesús C. González representante del Sindicato, expuso que, después de hacer un amplio perfil psico-fisiológico sobre las cualidades que deberían de tener las operadoras para realizar eficientemente su trabajo, había determinado que “bajo ningún punto de vista está justificado el atentado de la Empresa de Teléfonos Ericsson, S.A., al intentar separar a las embarazadas, pues moral, social, humanitariamente y legalmente estas deben ser protegidas y de hecho lo son en el mundo entero”, pues esta era una práctica común en “el mundo civilizado”, en donde “se les separa de su trabajo en el último mes de su embarazo y durante el primero que sigue al parto”, con su sueldo completo y conservando su empleo, por lo que en su opinión, no existía ningún trabajo que no pudiera realizar una mujer embarazada.
Añadió en su informe, que a pesar de la campaña “pro-infancia” que venía realizando la esposa del Presidente de la República, que consistía en la apertura de centros de higiene para las embarazadas y de puericultura, en cuyo Cuerpo Médico Mexicano participaba el doctor Isidro Espinosa de los Reyes, especialista en partos y pediatría, como director de esos centros de higiene, era al mismo tiempo médico de la Ericsson, ésta “escatimando el sueldo de un miserable par de meses [pretendía] no tan solo cerrar sus puertas a la procreación, sino arrojar de su seno a las obreras que no han cometido más delito que llenar la función fisiológica más sublime, la de la maternidad, abandonándolas a su suerte cuando quizá después de muchos años de servicios han dejado allí sus energías y su juventud por un salario raquítico y miserable”.
El Dr. González señaló entonces, que las verdaderas causas para que las operadoras no proporcionaran un buen servicio al público y el peligro de que se produjera un aborto o un parto prematuro entre las telefonistas embarazadas, estaban precisamente en el edificio de la Ericsson, en donde las operadoras trabajaban en condiciones de higiene “con cincuenta años de atraso”, ya que la “forzada posición en que ejecutan sus labores [trae] como consecuencia un inútil desgaste de energía, tanto física como cerebral, y el peligro de contraer innumerables padecimientos”.
Para justificar su dictamen el Dr. González hizo una detallada y extensa descripción del lugar en donde las telefonistas realizaban su trabajo y como lo hacían, encontrando que “la Central de la Empresa de Teléfonos Ericsson, S.A. [instalada en la calle de Victoria], es un salón cuadrangular en forma de pasillo en uno de sus ángulos. […] Dentro de este local y separado de sus paredes […] se levanta sobre una plataforma de cemento lo que se llama el ´múltiple´ o aparatos en que trabajan las telefonistas; estas están sentadas en bancos giratorios con respaldos de varillas (debo hacer notar que gran número de bancos están en malas condiciones, pues tienen las patas flojas, los asientos así como los respaldos desnivelados por falta de tornillos, y además la generalidad de los respaldos están siempre ocupados por abrigos, sombrillas, bolsas, alimentos, etc.,etc., pues el personal carece de percheros), los bancos están colocados sobre una tarima de madera que mide 95 centímetros de ancho, y deben estar colocados de una manera que dejen el paso franco a las vigilantes, cosa que para conseguirlo tienen que meterlos materialmente a que queden pegados con la mesa, y si le agregamos que la mesa no tiene más de 50 centímetros de altura, y además por debajo de la cubierta un recorte convexo en su parte superior y cóncava en la inferior (en forma de ´S´ vista de perfil), fácil es imaginarse lo incomodo que resulta tal posición, pues no hay más que entrar al local, para darse cuenta de las posturas verdaderamente forzadas en que están las operadoras, muy especialmente las altas que no cubriéndoles las piernas por lo bajo de la mesa tienen que juntar las rodillas en el centro y separar los pies, echándolos hacia afuera en forma de ´A´”.
El Dr. González describió el trabajo que realizaban las telefonistas de la siguiente manera, en “cada múltiple o sección [que] mide un metro 65 centímetros de largo por 99 centímetros de altura, y es atendido generalmente por cuatro operadoras, pero dada la distribución de los descansos dentro de las jornadas en las horas de mayor trabajo no es atendido más que por tres operadoras.- La operadora sujeta a su cabeza y cuello el audífono y el micro-teléfono o bocina, cada operadora atiende a 200 abonados, teniendo el múltiple capacidad para 15,500.- Cuando descuelga el micro-teléfono o bocina un abonado, se enciende en el tablero una lámpara blanca con el número correspondiente a su aparato, al mismo tiempo aparece en el tablero de referencia una lámpara verde de mayores dimensiones que la anterior, la telefonista coloca una clavija debajo de la lámpara blanca, y con su número de operadora pregunta al abonado el número que desea, escuchado éste debe repetirlo ella misma, y entonces forma el número pedido en el múltiple con la clavija compañera de la anterior, diciendo la palabra listo, y quedando con esto establecida la comunicación.- Entonces la lámpara verde se apaga (menos cuando el número pedido corresponde a la Automática, es decir a la Central Roma, pues en este caso sigue encendida hasta que termina la comunicación), la telefonista debe estar pendiente de si le contestaron al abonado.- Al terminar la conferencia aparece en el tablero una lámpara roja, y las dos llamadas de conclusión, rojas también, y más grandes que la anterior, correspondientes a las clavijas que habían establecido la comunicación.- Entonces la operadora quita las clavijas, las que por medio de un contra-peso vuelven a su lugar, necesitando siempre guiarlas, o descruzarlas con las otras que están trabajando.- (La telefonista debe dar la comunicación antes de once segundos, y cuando tarda más de veinte segundos, es reportada por la tomadora de tiempo y sujeta a lo que se llama una disciplina o sea una suspensión). Al mismo tiempo que está haciendo este trabajo, la operadora tiene que estar atendiendo a todas las demás comunicaciones que le están pidiendo, precisamente en el orden que han aparecido en el tablero, estando pendiente además de todas aquellas que, aunque ya hayan sido establecidas, el aparato no contesta.- (El control de este trabajo, así como la manera de conducirse las operadoras con el público, están a cargo de la mesa de ´escuchar´, donde sin darse cuenta la operadora una jefa la está escuchando).-
“Las faltas por las que se les castiga son entre otras las siguientes; por no decir su número de operadora, por no repetir el número del abonado, por no decir listo, por entablar discusiones con el abonado, por dar a este explicaciones y por último como ya queda dicho por tardarse más de once segundos en establecer la comunicación.-
“Además del control existe el servicio de vigilancia desempeñado por jefes que llevan el nombre de ´vigilantes´, estas jefes, trabajan siete horas corridas paseándose continuamente de un lado a otro de la sección de operadoras que les corresponde o están a su cargo.- Deben cuidar que las operadoras no se distraigan, que atiendan a los abonados, que quiten las clavijas de comunicaciones terminadas, las quejas del público, el comportamiento de las operadoras durante el trabajo y obligan a éstas a que cuando han sacado los bancos por fatiga buscando una postura más cómoda, los vuelvan a meter a su lugar.- (Cuando alguna de las operadoras han incurrido en alguna de estas faltas, la vigilante da parte a la dirección para que se le imponga un castigo a la operadora)”.
Ahora bien, respecto a las condiciones de higiene dentro de la Central, el Dr. González encontró que la iluminación era deficiente, ya que las ventanas se cubrían con “yute inglés”, con la intención de que la luz directa impidiera que las lámparas de los múltiples se vieran, utilizando focos, que provocaban “astenopia o fatiga visual” en las operadoras, además de ocasionarles “innumerables molestias y contribuyendo a exacerbar su fatiga”.
Esto, además provocaba una “escasísima ventilación del lugar”, ya que al ser “un salón demasiado chico” y obscuro, impedía la purificación del aíre, por lo que la Ericsson se limitó a instalar tres ventiladores eléctricos, “que además de ser insuficientes”, no funcionaban más que cuando una persona importante visitaba el lugar.
Respecto al agua, existía en la Central, una fuente que era inadecuada para beber, ya que al no haber vasos para tomarla, las operadoras colocaban “directamente la boca al pitorro de la fuente, tanto que puede verse en las manchas rojas del rouge que usan en sus labios”. Este hecho obligaba a las operadoras a “consumir limonadas corrientes, de a cinco centavos, las que tanto por su composición química, como por su falta de esterilización, son un verdadero cultivo de microbios, ocasionándoles frecuentes intoxicaciones con manifestaciones gastrointestinales agudas”.
El dormitorio, era una pequeña pieza con trece camas apiñadas, “donde descansan de trece en trece las veintiséis telefonistas que trabajan de velada”. Esta sala solamente tenía dos pequeñas ventanas de ventilación, “una hacía el patio y la otra hacia una asquerosa vecindad”, donde además la atravesaba un tubo metálico, de grandes dimensiones “que sirve de tiro a los gases ácidos, especialmente sulfhídricos y sulfurosos de la planta de ácido sulfúrico de la Empresa”, bastaba con entrar a esta pequeña sala para “sentir comezón, cosquilleo y ardores en la conjuntiva, nariz y faringe”, que provocaban entre las operadoras “molestas cefaleas, vómitos e insomnios.- Amen de todos los padecimientos del árbol respiratorio, así como conjuntivitis por irritación toxica”.
En cuanto a la ropa de cama, al segundo turno se le otorgaba únicamente dos sábanas, por lo que la almohada y la funda así como las cobijas eran usadas por el turno siguiente, “ocasionando un grave peligro para la salud de las telefonistas”.
La sala de descanso o comedor era una pieza demasiado chica y sin ventilación “asquerosamente sucia”, ya que estaba situada junto a los lavabos y excusados, que según el Dr. González estaban en peores condiciones. Esta sala contaba solamente con una “mesa sucia y desvencijada, dos sofás en que es materialmente imposible distinguir el color de la tela que en un principio los tapizó”, y […] “cuatro a seis sillas flojas”.
Los lavabos eran solamente ocho, “sucios, anticuados y anti-higiénicos”. Respecto a los excusados, eran solamente cuatro para doscientas cincuenta operadoras y menos de veinte empleadas, y uno para las sub-directoras y vigilantes que eran entre quince y dieciocho empleadas.
El código sanitario exigía un excusado por cada dieciocho individuos, estos excusados carecían además, de ventilación y de tanque lavador automático, como lo establecía la ley, pues para arrastrar dos metros de descarga intestinal, “fácil era darse cuenta del verdadero estancamiento que [debió] haber en los tubos colectores”, situación que se complicaba debido a la falta de agua que se producía en las primeras horas de la tarde. La relación que se producía entre el comedor, los lavabos y el dormitorio, hacía que el aíre fuera “verdaderamente irrespirable”.
El Dr. González concluyó entonces, que si a lo largo de los años que tenía la Ericsson operando en México, no se había producido un solo caso de aborto o parto prematuro, no había razón alguna para despedir a las telefonistas embarazadas, por lo que a las mujeres en esta condición “debe dárseles […] trabajo en las mesas ´B´, en la Central Automática o en las Sucursales, y retirarlas del servicio con goce de sueldo en el último mes del embarazo conservando sus derechos adquiridos, como lo previene nuestra Carta Fundamental en la fracción V del artículo 123”, es decir, la Ericsson violaba impunemente la Constitución del país.
Además, agregó que la fatiga de las telefonistas era producto de “las malas condiciones de higiene industrial en que actualmente funciona la Empresa”, pues en dicho ambiente era “verdaderamente imposible obtener de sus operadoras un trabajo eficiente”, por lo que propuso hacer las modificaciones necesarias en cuanto a la situación higiénica que prevalecía en la Ericsson y “al mismo tiempo estudiar el maxímum de rendimiento sin llegar a la fatiga, modificando tanto las jornadas de trabajo como los periodos de descanso a favor de las operadoras”.
El problema quedó resuelto varios meses después, ya que la Ericsson y el Sindicato se vieron involucrados en una serie de conflictos y largas negociaciones, producto de la demanda planteada por el Sindicato de Obreros y Empleados de la Empresa de Teléfonos Ericsson, para la creación del Contrato Colectivo de Trabajo.
Así, el 28 de noviembre de 1929, la Empresa y el Sindicato estuvieron de acuerdo en firmar el Contrato Colectivo, quedando estipulados en el Capítulo II, la “Jornada de Trabajo, Descansos y Permisos”, en donde quedó establecido en el artículo 13 que la jornada de trabajo sería diurna, entre las seis y diez y ocho horas del día; la nocturna, entre las diez y ocho horas del día y las seis horas del día siguiente y la mixta “Cuando las horas laborables alcancen las designadas como jornada diurna y nocturna, se considerará jornada mixta”
En el artículo 21, las operadoras que trabajaran de noche “disfrutarían de tres horas y media de descanso, y tomaran este descanso en un amplio local que la Empresa acondicionará en el mismo edificio con una cama y ropa para cada una de las operadoras. En ningún caso la Empresa permitirá que dos operadoras o más duerman en la misma cama. La ropa de cama será cambiada una vez por semana”.
En el artículo 22, la Empresa aceptó conceder dos descansos de veinte minutos cada uno, durante la jornada de trabajo.
En el artículo 23. “Las mujeres, durante los tres meses anteriores al parto, no ejecutaran trabajos que exijan un esfuerzo material considerable, que pueda perjudicarlas físicamente en sus condiciones especiales. Con motivo del parto, dispondrán de un descanso de dos meses como maxímum, distribuidos antes y después del parto, no pudiendo ser menor de un mes al descanso posterior al mismo. Si transcurrido el plazo máximo, no estuviere restablecida, gozará de permiso hasta su completo restablecimiento, y conservará durante este tiempo su empleo y sus derechos que hubiere adquirido con motivo de él. La Empresa, cumpliendo con lo preceptuado en la fracción V del artículo 123, entregará a la parturienta, el importe de un mes de salario integro”.
Y, “las trabajadoras que tengan hijos en el periodo de lactancia, gozaran de dos descansos extraordinarios al día, de media hora cada uno, en vez de los dos descansos de veinte minutos de que habla el artículo anterior, para amamantar a sus hijos en el interior de los salones de trabajo, o en el lugar que destinará para ello la Empresa, que esté lo más cerca posible del lugar del trabajo y que reúna las condiciones de higiene que prescribe la ciencia”.
Así terminaba el conflicto provocado por el despido de las operadoras embarazadas en abril de 1929, por lo que en términos generales el Sindicato consideró que había obtenido un rotundo triunfo.