¡Solicitamos telefonistas, celadores, electricistas y obreros con buenas referencias!

Huelga en la Ericsson en 1921.

Con la separación de los telefonistas de la Ericsson del Sindicato Mexicano de Electricistas en 1915 y, después de la recién fundada Confederación Regional Obrera Mexicana en 1918, argumentando que esta central estaba cada vez más cerca del gobierno, decidieron formar una organización sindical orientada hacia el comunismo anarquista, que en síntesis se proponía agrupar a los telefonistas fuera de toda escuela política o religiosa.
Bajo estos principios, los telefonistas de la Ericsson, apoyados por jóvenes militantes comunistas, autollamados “Jóvenes Igualitarios”, formaron junto con los obreros textiles y bordadoras, el grupo Alma Roja.
Con estos antecedentes, los telefonistas de la Ericsson acordaron en mayo de 1920, hacer frente a la telefónica sueca, exigiendo aumento en sus salarios y, el pago de éstos en moneda corriente, toda vez que sus sueldos eran pagados con vales, que solamente podían ser canjeados por la empresa.
Ante la negativa de la gerencia de la Ericsson, para atender las demandas de sus trabajadores, éstos decidieron organizarse y formar el 5 de junio de 1920, el “Sindicato de Empleados de la Empresa de Teléfonos Ericsson”, adoptando el lema de “Por el Proletariado y su Emancipación”.

De este nuevo sindicato surgirían valiosos cuadros anarcosindicalistas como Alberto Araoz, Benjamín Quesada, Antonio Pacheco, Petra Ruiz, Moisés Guerrero y Arturo Rojo.
De inmediato los telefonistas se adhirieron a la Federación Comunista del Proletariado Mexicano, siendo nombrado como Secretario General de esta organización Alberto Araoz, quien en el discurso inaugural de la Federación señaló que “Siendo los tiempos que corremos, de lucha y agitación revolucionaria, creemos una necesidad ingente la concentración de todas las energías obreras hacía un fin determinado: consecuentes con esta indiscutible verdad y siendo nuestro propósito llegar a efectuar la fusión de todas nuestras fuerzas hacemos un llamamiento para el efecto de todas las organizaciones obreras, seguros y diligentes, responderán a la necesidad por todos sentidas, con el objeto de subsanar las diferencias, al mismo tiempo que mantenernos, como clase, a la altura del proletariado industrial.
Sabido de todos es que, hasta hoy, no se ha efectuado una Convención Obrera donde todo el proletariado de la región mexicana hubiera tenido representación; a llenar este vacío viene la presente iniciativa, porque juzgamos madura la época en que las fuerzas vivas del proletariado, sean usadas con el mejor éxito con beneficio propio y no encontramos otra solución al problema, que reunir a esas fuerzas bajo una organización, tácticas y finalidad unísonas, para luchar vigorosamente con el bien organizado enemigo común: el capitalismo”.
En febrero de 1921, la Convención Radical Roja decidió unir sus esfuerzos para formar la Confederación General de Trabajadores, a cuya fundación acudió en representación de la Federación de Jóvenes Comunistas Libertarios del D. F. el joven telefonista Alberto Araoz, quién fue elegido como Secretario de Organización de la nueva Central Obrera y, Benjamín Quesada por el Sindicato de Empleados de la Empresa de Teléfonos Ericsson.
En esta ambiente de agitación obrera, “alegando antiguas demandas, las operadoras y obreros de la Compañía de Teléfonos Ericsson”, se declararon el 6 de mayo de 1921 en huelga, dejando sin servicio a 11 000 suscriptores, con el apoyo de la recién formada Confederación General de Trabajadores y otras organizaciones obreras que “entusiasta y espontáneamente juraron protestar solidaridad” a los telefonistas en huelga, por lo que los electricistas, tranviarios, panaderos, trabajadores de hilados y tejidos y los telefonistas de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, se declararon dispuestos a secundar la huelga.
La huelga la justificaban los telefonistas con demandas como el mejoramiento de sus salarios, pago por la atención médica durante todos los días que durara la enfermedad y, además, que sus sueldos les fueran pagados completos por el tiempo que permanecieran en huelga, ya que este punto había sido “acordado por la Gerencia y el Sindicato de Obreros y Empleados de la Compañía telefónica Ericsson, en un convenio autorizado por la Presidencia”.
Antes de que la huelga comenzara, una Comisión de telefonistas acudió a la casa del Gerente Erick Ostlund, para solicitarle resolviera favorablemente sus demandas, el director de la empresa se negó y solicitó un plazo para estudiar las peticiones de sus obreros.
Los comisionados solamente le otorgaron 24 horas, al no llegarse a ningún acuerdo, los telefonistas acordaron declarase en huelga, por lo que “numerosas señoritas telefonistas, al presentarse para entrar a su turno, al enterarse de esa resolución secundaron el movimiento, suscitándose algunas escenas enojosas al penetrar algunas otras que se empeñaron en no suspender su trabajo”.
La huelga se inició en el departamento de bodegas, el departamento Aéreo, y otras dependencias de “carácter meramente mecánico” a las 6.30 de la mañana, apoyándola un importante número de telefonistas, quienes junto con los fuertes aguaceros que se habían precipitado sobre la Ciudad, dañando las líneas telefónicas ya que al no haber quien las reparara, dejaron sin este fundamental servicio público a la capital del país.
Otras de las causas de la huelga fueron que, la gerencia al negarse a poner en práctica algunas de las clausulas del convenio firmado en febrero, que estipulaban pagar salarios iguales para trabajos o categorías iguales, como era el caso de “Alberto Ortega que ocupaba el mismo puesto que Adelaido Rosas” (35 centavos de diferencia), y que al telefonista Máximo Romero “se le atienda y se le paguen sus salarios con la categoría que disfrutaba (sic) anteriormente” (10 centavos).
Estas demandas eran consideradas por la Ericsson como absurdas y “pueriles que hasta su sola enunciación para comprender que jamás puede justificarse una huelga y que por otra parte desaparecería todo principio de disciplina al aceptarse tales imposiciones injustificadas y muy especialmente la relativa de imponer un castigo al director, por las causas invocadas y por el procedimiento usado se comprende que el objeto único es provocar la huelga aunque sea sin un fin determinado”. Pero en “múltiples ocasiones el gerente de dicha empresa [había tenido] que comparecer en las oficinas del Palacio para tener una mediación con los obreros, pero desgraciadamente, según comentarios que hacen los hoy huelguistas, después de las pláticas que se verificaron en presencia del Sr. De la Huerta o de su representante, la compañía no dio cumplimiento a lo entonces acordado”.
La Ericsson argumentaba que en el lapso de un año había complacido en cuatro ocasiones, las exigencias de sus trabajadores, “quienes siempre han procedido de la misma forma, cada día su intransigencia es mayor, [por lo que] se impone la necesidad de cortar de raíz el mal”.
Otra exigencia de los telefonistas era que se les diera buen trato, ya que el ingeniero en jefe de la Ericsson, “señor” Helge Ross, en diversas ocasiones “se ha excedido en su comportamiento” ya que “aparte de tener que soportar las groserías, las blasfemias y las picardías de los usuarios”, el ingeniero en jefe Helge Ross, trataba de “imbéciles para arriba” a las operadoras, pues consideraba que era el “correcto modo de tratarlas”.
En respuesta a esta actitud, los telefonistas que custodiaban las entradas del edificio de la Ericsson, al detectar la presencia del ingeniero Ross “se desatan en silbidos e insultos”, en contra de él.
En opinión del gerente de la Ericsson la huelga era injustificada, por lo que no estaba dispuesto a ceder a las demandas de los telefonistas, pues consideraba que estaba bien “dar uno o dos días de sueldo a los obreros que se enfermaban “¡Pero a las señoritas…No!, esto es imposible porque abusaran”. Pues según él, durante el último mes, había tenido cinco conflictos por este motivo, pues había “señoritas a quienes por un simple dolor de cabeza, no iban a trabajar”, ya que en su opinión “para la mujer de su casa, no hay placer mayor que el quedarse atendiendo sus flores, entregada a los cuidados de su menaje, de su hogar, en una palabra. Y cuando se trata de señoritas que tienen obligaciones que cumplir en el exterior, es inevitable que aprovechen la menor alteración de su organismo y, en el organismo de la mujer, son muy frecuentes una simple jaqueca, un sencillo escalofrió, una leve destemplanza para quedarse en su casa, por el encanto de ver sus cosas”. Estos hechos trastornaban el servicio, por lo que la Ericsson no estaba dispuesta a ceder en que el precedente de que el servicio médico fuera utilizado indebidamente, pues las “señoritas operadoras”, exigían salario por cualquier enfermedad.
De inmediato, la solidaridad se hizo presente, los sindicatos “rojos” adheridos a la CGT votaron la ayuda a los telefonistas en huelga, incluidos los “amarillos” de la CROM, acordándose de disponer de los fondos en caja y proporcionar una ayuda económica diaria a los huelguistas por tiempo indefinido.
La Ericsson por su parte, consideró que el inicio de la huelga había sido un acto arbitrario, ya que contrario a las disposiciones que regían en la materia, los telefonistas deberían haber avisado con 10 días de anticipación y no suspender inmediatamente las labores.
Pero el gerente de la Ericsson Sr. Ostlund estaba consciente y advertido de que su intransigencia podía llevar a la huelga a sus trabajadores, ya que con varios días de anticipación se había ocupado de contratar personal, por lo que los telefonistas denunciaron que la empresa “estaba contratando a otros obreros a esquiroles, como compañeros”.
Para romper la huelga, la Ericsson se dispuso a contratar a nuevos telefonistas, entre ellos a “70 señoritas”, que como el caso de Isabel Pardo “para ganarse unos cuantos centavos, había tenido la pobre que llegar a la mortificación, a la humillación, y quien sabe a qué otras cosas para ocupar el puesto de sus compañeras rebeldes”, además de que no sabía cuánto le iban a pagar, pues el ofrecimiento era de entre 75 y 90 pesos mensuales. El gerente señaló que aunque no estarían aptas en varios días, se pondrían al corriente en sus labores, sin embargo, “apenas si las señoritas esquiroles se dan abasto para atender el servicio del gobierno”. Pues confiaba en tener 120, “todas libres y conocedoras en su mayor parte en el ramo” a pesar de su inexperiencia, para después iniciar la reparación de líneas descompuestas, por lo que anunció “Solicitamos telefonistas, celadores, electricistas y obreros con buenas referencias”. Los interesados deberían acudir a las instalaciones de la “Empresa de Teléfonos Ericsson S.A. 2ª Victoria 53”.
Para el 10 de mayo, los telefonistas de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, amenazaron con apoyar a sus compañeros de la Ericsson, mientras a “Las señoritas esquiroles, se les impidió la entrada a las instalaciones de la empresa, lo que provocó enfrentamientos entre los telefonistas y los trabajadores contratados por el gerente, quienes al no tener la capacitación suficiente provocaban malestar entre los usuarios, haciendo que el servicio en las zonas foráneas fuera suspendido.
Como escudo de las telefonistas en huelga, la bandera rojinegra impedía el paso a las instalaciones de la Ericsson a “las esquiroles”, a pesar de la presencia de la policía, ya que las autoridades, representadas por el Lic. Zubarán Capmany, Secretario de Industria Comercio y Trabajo, anunciaron que respetarían el derecho constitucional de libertad del trabajo, toda vez que los telefonistas se habían mantenido dentro del orden impuesto por la policía y el gobierno del D.F.
Al mismo tiempo, una numerosa comisión de telefonistas, solicitó una reunión con el Presidente de la República General Álvaro Obregón, con el objeto de que éste conociera los motivos de la huelga, solicitándole su intervención para su solución.
En un manifiesto dirigido al pueblo de México, los telefonistas expusieron que la justicia estaba de su lado. Mientras que la Ericsson explicó que desde el “día 4 de los corrientes a las 7.25 P.M presentaron los obreros un ultimátum pretendiendo se resolviera a las 7.30 A.M. del día, esto es sin conceder una hora hábil para su examen y discusión. A las 9 A.M. del día 6, los líderes del sindicato manifestaron que entrarían las obreras a trabajar, si el gerente consentía en discutir sus demandas”.
A cuatro días de iniciada la huelga, los dirigentes de los telefonistas, después de consultar con el Comité Pro-huelga, acordaron solicitar la intervención del Gobernador del D.F. Celestino Gasca, con la intención de resolver el conflicto. Mientras tanto en el local sindical, ubicado en la calle de San Jerónimo, durante el día y parte de la noche se celebraban asambleas y animados mítines. Durante éstos, los oradores elogiaban la actitud tomada por la mayoría de los telefonistas y hablaban extensamente del ideal comunista que “entre la clase media está logrando sus mejores adeptos”.
Entre los oradores, una “bella señorita telefonista” tomó la palabra y expuso “Nosotras las telefonistas, explotadas miserablemente por esos hombres sin conciencia, por esos extranjeros que no saben cumplir su palabra empeñada, estamos sumidas y vinculadas con las clases laborantes en general, porque nuestras son sus aspiraciones y sus rebeldías, Compañeros y Camaradas, se que nuestra huelga será solucionada pronto, tal como nosotras queremos, porque de nuestra parte está la razón y la justicia; pero si eso no sucediera, todas nosotras lucharemos hasta vencer, ¡Viva el Comunismo!”.
Para el 11 de mayo, el Sindicato Mexicano de Electricistas anunció que había secundado la huelga, al mismo tiempo que solicitó, se aplicara el artículo 33 constitucional al gerente de la Ericsson, mientras que el gobernador del D.F. Celestino Gasca, decidió intervenir a favor de los telefonistas, al considerar que “las peticiones de los huelguistas son justas y están dentro de la Ley, muy especialmente en lo que se refiere a las atenciones médicas que les debe proporcionar la empresa”.
Para el 12 de mayo, los huelguistas de la Ericsson reunidos con el gobierno del Distrito Federal, acordaron retirar las banderas rojinegras, instaladas en las puertas de la empresa, pero continuarían impidiendo la entrada de las esquiroles, lo que hacía que el servicio fuera cada vez más deficiente ya que “Las señoritas que salen a la calle no se les permite volver al trabajo, he ahí que la empresa para mantener el servicio oficial, pues el particular es casi nulo, está dando de comer y cama a las pocas señoritas que le quedan fieles”.
Al grito de “¡mueran los esquiroles!, nuestra causa es suya y sin embargo nos traicionan”, los huelguista recriminaban a la trabajadoras que pretendían ingresar a las instalaciones de la empresa, pues con el retiro de las “banderas socialistas”, un grupo de esquiroles pretendió entrar a trabajar, ya que apoyadas por los señores Ostlund, Ross y Hernández, y otros altos empleados de la empresa, habían alquilado tres coches para que en ellos las esquiroles entraran a las instalaciones, lo que estuvo a punto de causar una tragedia, ya que una de las huelguistas fue atropellada por un vehículo, cuando un alto empleado de la empresa “ordenó se echara encima del grupo que obstruía la entrada del edificio”, este hecho hizo que los huelguistas, principalmente las mujeres se abalanzaran sobre los automóviles, picándoles las llantas.
Para terminar con la huelga, los telefonistas de la Ericsson propusieron al Gobernador del Distrito Federal, que sus sueldos fueran pagados íntegramente en caso de enfermedad desde el primer día; pago de todos los días que hubieran dejado de trabajar; que no se ejercieran represalias contra ninguno de los huelguistas y el cese de varios empleados de la empresa.
La Ericsson respondió que “1º.- en caso de enfermedad ajenas al servicio y que no son causadas por voluntad propia ni tampoco de sangre o crónicas, la empresa pagará 30 días a mitad de sueldo, en todo caso, las enfermedades deben ser comprobadas por el médico de la empresa; 2º.- Referente al segundo punto del ultimátum la empresa ofrece que se constituirá un jurado competente, para decidir las competencias respectivas de los señores instaladores, Ortega, Rosas y Romero; 3º- El sindicato Ericsson retirará la clausula 3 del ultimátum e igualmente el resto que sin numeración estaban expuestas en dicho ultimátum; 4º.- Si los operarios están anuentes a efectuar el trabajo acumulado durante estos días y que precisamente por la demora, hoy es de suma urgencia trabajar durante 20 horas extras distribuidas prudentemente de acuerdo con los trabajadores al precio normal, la empresa liquidará el 50 por ciento de los días perdidos por motivo de la huelga; 5º.- tanto la empresa como su personal se comprometen a no ejercer represalias después de reanudar el trabajo; 6º.- Como puntos complementarios, la empresa agrega que se reserva el derecho de transferir sus obligaciones contraídas en caso de enfermedad a la empresa de seguros, también la empresa puede rescindir con un mes de anticipación y por escrito el primer punto propuesto, si respecto a las señoritas la empresa experimentara deficiencias en el servicio en cuyo caso la empresa propondrá otro arreglo con las señoritas”. Propuestas que no fueron aceptadas por los huelguistas quienes| acordaron “no ceder en lo más mínimo sobre lo que tienen solicitado y dar amplias facultades al Comité pro-huelga general que desde luego se designó para que se lleve a cabo el movimiento”.
En efecto, todos los “sindicatos rojos” afiliados a la CGT, dieron a la Ericsson un ultimátum de 72 horas para que resolviera el conflicto, además, dieron aviso a las autoridades para ponerlas al corriente de dicho plazo, de no resolverse el problema, comenzaría la huelga general.
Por su parte, los telefonistas de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana advirtieron al gerente Sr. Enrique Braceda que en apoyo de sus compañeros de la Ericsson, se declararían en huelga, a pesar de que la Mexicana era una empresa pública, pues estaba requisada por el gobierno y por lo tanto no era privada, con la huelga quedaría “casi anulado el servicio telefónico en todo el D.F. y Estados circunvecinos unidos por la red de la capital”.
Como el servicio era cada vez más deficiente, la Ericsson dirigió un largo manifiesto a sus usuarios, para justificar su actitud de negarse a aceptar las demandas de sus trabajadores, señalando que “Voces interesadas en extraviar el concepto público, han estado llenando el ambiente de falsedades a propósito de la huelga de los obreros del sindicato de la Ericsson y es la hora ya de que se diga una palabra de verdad en el asunto de ésta huelga, que está causando serios perjuicios a gran cantidad de empresas y que es a todas luces la huelga más injustificada de cuantas se han registrado en México, una huelga absurda hasta el extremo, de que los únicos que no toman parte en ella son precisamente los elementos, a quienes únicamente afecta el motivo de la huelga, las señoritas telefonistas.
Las relaciones entre la Empresa de Teléfonos Ericsson y sus empleados sindicalizados, se rigen por un convenio colectivo celebrado entre dicha Compañía y su personal, representado éste por el Sr. Benjamín Quesada, con fecha 16 de noviembre de 1920, esto es, hace más de 6 meses. Ese contrato está vigente en todas sus partes y el sindicato pretendería en vano, demostrar que la Compañía lo haya infringido y en una sola ocasión, mientras ese contrato esté vigente, ambas partes deben cumplirlo en un todo de acuerdo con la clausula 12 del mismo, y los huelguistas han comenzado violándolo, puesto que sin dirigir a la Empresa queja, ni petición escrita como lo dispone la clausula 8, le presentaron sus bruscas exigencias en el ultimátum del 4 del corriente.
Ni ante la ley ni la conciencia humana del elemento obrero puede aceptarse como de buena fe, un ultimátum, que viene súbitamente sin antecedentes, sin pláticas, ni dificultades previas y en el cual la parte que lo formula no concede a la que lo recibe ni siquiera una hora hábil, para considerar y resolver las demandas que contiene, sino estoy equivocado la ley que rige en México, exige que entre la presentación del ultimátum y la declaración de huelga, medien no menos de 10 días, el ultimátum de los obreros de la Ericsson, fue presentado a la gerencia a las 7 y media de la noche del 4 del corriente, víspera de la fecha nacional del 5 de mayo, con la exigencia de que fuera contestado, al comenzar el primer día útil, es decir, a las 6 de la mañana, del 6 del mes en curso, un ultimátum en tales condiciones no puede ser sino un gran pretexto para los obreros para luego acudir desde luego a los medios violentos.
Los obreros de la Ericsson además deliberadamente escogieron aquel momento para que la huelga fuera doblemente perjudicial para el público, y para la empresa, cuando acababa de pasar el primer aguacero fuerte del año que inundó la ciudad, ellos mejor que nadie saben por experiencia directa, que todos los años, el primer aguacero torrencial daña las líneas subterráneas que se necesita proceder a urgentes reparaciones, y por eso escogieron aquella ocasión para dejar como han dejado muchas líneas interrumpidas.
Aparte estas consideraciones que ponen de relieve la verdadera naturaleza de la huelga, de las diversas cuestiones que dieron pretexto al conflicto, después de las conferencias celebradas entre ambas partes, sola una quedó en pié, la que en caso de enfermedad sea de la naturaleza que fuere, la Compañía pague a los enfermos los salarios correspondientes todo el tiempo que aquella dure, conforme al citado convenio vigente entre la empresa y su personal, el compromiso de la Compañía se limita a pagar en caso de accidente o enfermedad contraída por causa del servicio y nadie podrá demostrar que la empresa, haya dejado de cumplirlo en ningún caso, ahora, los obreros de la Ericsson pretenden hacer extensivo a todo género de enfermedades con excepción de las vergonzosas, y aunque esto esté totalmente fuera de sus obligaciones legales, la empresa por benevolencia, hacia sus empleados, no tiene inconveniente en acceder a éstas demandas, con una sola salvedad, que se refiere casi exclusivamente a su personal que no está en huelga, las señoritas telefonistas y que en forma extraña a primera vista resulta enteramente fundada. Luego que se conoce a fondo, la de no pagar los primeros tres días enfermedad, ésta es una práctica generalizada en Europa y Estados Unidos principalmente en negociaciones que ocupan mucho personal femenino y se fundan en una larga experiencia y en el reciproco respeto que deben guardarse el empresario y el obrero, y tratándose de las Compañías telefónicas es de importancia decisiva, aunque los huelguistas de la Ericsson declaren que no es de importancia al extremo de que sí la empresa cediera en ese punto de antemano podría anunciarse la más completa desorganización del servicio que presta al público. Por qué razón, en todas partes del mundo, pero muy y particularmente en los países en donde la mujer se educa en una fuerte tradición doméstica es una función en la que tiene más preferencia sobre cualquier otra actividad en la calle.
Para la mujer de su casa no hay placer mayor que el de quedarse, atendiendo sus flores entregada a los cuidados de su menaje, de su hogar, en una palabra, y cuando se trata de señoritas que tienen obligaciones que cumplir en el exterior, es inevitable que aprovechen la menor alteración de su organismo y en el organismo de una mujer son muy frecuentes una simple jaqueca, un sencillo escalofrío, una leve destemplanza para quedarse en casa, retenidas por el encanto de ver sus cosas. Un hombre por la naturaleza de su ocupación, es por el contrario, amigo de la calle, pero no sin una empresa de teléfonos donde las mujeres prestan un servicio tan importante, fomentara una propensión a faltar al trabajo, a poco el público resentiría, las consecuencias de una completa desorganización del servicio.
Para prevenirlo, fuera necesario que la empresa se convierta en policía de sus empleados, ejerciendo en su vida privada una fiscalización tan estrecha que resultaría indecorosa para quien ejerciera y ultrajante para quién hubiera de sufrirla, sería necesario además, que la empresa dispusiera de sanciones para los faltistas y carece de ellos, como los sindicatos cada día se han ido haciendo más susceptibles, las multas y las represiones, hace tiempo que no entran en la costumbre de la empresa y la empresa no dispone de otra sanción que la de despedir al faltista, lo que en ocasiones sería demasiado grave y siempre resulta ruinoso tratándose de las señoritas telefonistas.
Despedir telefonistas es tanto como tirar talegas de pesos a la calle, porque una telefonista no se hace sola, hay que enseñarla en un largo aprendizaje, durante el cual no solo la Compañía le abona un salario, sino que inmoviliza para enseñarle, una telefonista experta. De manera que cada telefonista representa para la empresa un capital invertido, que se pierde cuando ella se separa de la Compañía.
Tan penetradas de todo esto, se encuentran las señoritas de la Ericsson, que ellas están conformes con la posición adoptada por la Compañía y precisamente por estarlo, no han secundado la huelga que se dice decretada en defensa de los intereses de esas señoritas. De las 130 telefonistas que la Ericsson tiene de ordinario, 70 están en el trabajo ayudadas por unas 30 nuevas y las restantes no acuden a él por miedo a la violencia que los huelguistas están ejerciendo en la parte exterior de las oficinas de la Compañía con menosprecio y vilipendio de los más elementales derechos humanos.
La justicia que asiste a la Compañía de Teléfonos, es que es aquella que se tocan con los dedos y precisamente por serlo, por tratarse de exigencias que no pueden justificarse ni ante la ley, ni ante la conciencia serena y honrada del público, las huelguistas se han lanzado ya por vía del atentado y del crimen, camino en el cual desgraciadamente han encontrado, la más absoluta impunidad, pues sin que haya poder humano que proteja a la empresa, en sus indisputables derechos, están destruyendo las propiedades de la Compañía y cortando sus líneas, con grave perjuicio de ella y del público que las usa, y finalmente amenazan ya con la huelga general.
La huelga general no es otra cosa que un puñal puesto en el pecho de la sociedad, honrada para exigirle que estrangule los derechos de un inocente para saciar sus apetitos o caprichos de un extraviado, a eso tienden en este momento las combinaciones de las huelguistas, para que algunas señoritas telefonistas puedan quedarse en casa durante las tardes de lluvia, cuidando los geranios de su balcón, a expensas de la Compañía se amenaza de muerte a la sociedad entera, se le amenaza sin dejarla sin luz, sin tranvías, sin pan, sin leche para los niños, ni para los enfermos y se amenaza al gerente de la Ericsson con hacerlo responsable, como lo ha hecho ya en comunicación escrita el Sindicato de Panaderos, por el delito de defender derechos indispensables e intereses que no son suyos, sino de personas que los configuran, seguros de una gestión honrada y cuidadosa.
Con solo que las autoridades hubieran prestado a la Compañía Ericsson el apoyo a que tiene derecho, conforme a las leyes de la República, habría terminado el conflicto que, como se ve es casi una humorada del sindicato que declaró la huelga, pero la Compañía no ha logrado hasta ese momento, si en tales condiciones y por tanto fútil pretexto se lanzan los obreros al acto criminal y revolucionario de una huelga general, habría que buscar al responsable en cualquier parte que no sea la gerencia de la Ericsson”.
En este extenso y lacrimoso manifiesto, la comprensiva y tolerante Ericsson omitía señalar las condiciones de trabajo en que tenía sometidas a las “bellas señoritas telefonistas”, pues éstas eran precisamente los motivos de la huelga y las causas de sus demandas, porque “La vida de estas mujeres es la más mísera que existe, abundante en sufrimientos y en pobrezas […] sentada en (su) silla de respaldo de fierro ante ese tablero donde se encienden y se apagan multitud de foquillos que indican un llamamiento enloquecedor de dos, de cinco, de diez o más suscriptores que al mismo tiempo le piden el número […] que tiene que atender inmediatamente para evitarle un extrañamiento de (los) superiores; […] con un aparato que te oprime en la cabeza y que son los audífonos y otro colgado al cuello en forma de embudo que te llega hasta la boca y el constante mover de tus brazos colocando clavijas y tantos agujeros; conectando y desconectando y tus ojos mirando siempre ese relampagueo, ese abrir y cerrar de rojas pupilas, ese cabrileo sangriento de luces que encienden y se apagan y ese constante vibrar de todo tu cuerpo a la vibración de ese aparato del que pasas a formar parte integrante de él, sin más voluntad que la que te indican esas lucecillas móviles, sin más esfuerzo que el que te exige tu brazo para colgar y descolgar los contactos aquellos, imagínate que desde que entras allí, pierdes tu nombre y te dan un número a igual que a los presidiarios…”.
Las primeras enfermedades que aparecían en las “señoritas operadoras” era “un decaimiento mental, de tal naturaleza, que a los ocho día de encontrase frente a los aparatos, ya no tiene más vida que para esa danza infernal de cifras o ese bailoteo de luz; […] al cabo de algún tiempo, sobreviene la primera enfermedad: una afección renal, debido a su perene postura y a su constante movimiento de los brazos: a muchas de ellas se les llegan a reventar los oídos, antes de que se les encallezcan. Con la continua presión del aparato que tienen en la cabeza, sosteniendo los audífonos, se les cae el cabello, y al poco tiempo se convierten en calvas […] Y tener que estar ocho horas diarias en ese constante martirio”.
Además, las “señoritas telefonistas” no tan solo están “obligadas a desempeñar un trabajo que agota sus fuerzas y llega a producirles un agotamiento cerebral, sino que se les exige que al desempeñar su trabajo enseñe a las aprendices para que estas en caso de huelga suplan a las que abandonan sus ocupaciones”.
El gerente Ostlund, había ofrecido a las esquiroles entre 75 y 90 pesos si aceptaban ingresar temporalmente en la telefónica sueca, haciendo creer a los usuarios, que los telefonistas en general tenían sueldos de privilegio, sin embargo, una telefonista “recién entrada y por espacio de seis meses, se le paga a razón de 15 centavos la hora o sean treinta y seis pesos al mes; hasta el año, gana veinte centavos, o lo que es lo mismo cuarenta y ocho pesos; los seis meses siguientes, es pagada a razón de veinticinco centavos y, al cumplir los dos años, se le pagan noventa pesos; llegó por fin a la meta, y para esto, tiene que trabajar tanto, no distraerse, no platicar con nadie y siempre pendiente de sus aparatos, de día y de noche porque el teléfono no cesa nunca de dar sus ´llamadas´ de luz a toda hora y momento”.
Además, el gerente de la Ericsson para intimidar a las huelguistas empezó a utilizar represalias en contra de los simpatizantes de la huelga por lo que ordenó que “La señorita Guadalupe de la O. encargada de la sucursal de Tacubaya […] fuera violentamente conminada por la gerencia, para que abandonara el servicio y sacara todos sus muebles del edificio correspondiente. Los huelguistas quisieron evitar el atropello recurriendo a las autoridades municipales de Tacubaya, pero todo fue inútil”. Este hecho ameritaba según dijeron los dirigentes del sindicato, que la Ericsson fuera requisada por el gobierno.
Mientras la huelga continuaba debido a la intransigencia del gerente Ostlund, el descontento de los usuarios aumentaba, ya que muchos suscriptores no podían comunicarse porque las líneas eran ocupadas para servicios más importantes como eran las del gobierno, quién había autorizado a la Ericsson para que aumentara sus tarifas con la intención de que mejorara el servicio, pero con la intervención de los esquiroles solo había empeorado, pues de acuerdo con informes de los huelguistas “Antes se descomponían diariamente cien micros, que desde luego se remitían a los talleres para su reparación, hoy ya pueden ustedes imaginarse la cantidad de aparatos descompuestos, todos los cuales tendremos que arreglar nosotros cuando se reanuden los trabajos, pero eso no es todo también las clavijas se desperdician en grandes cantidades a diario y como no hay personal que las arregle, la situación se torna critica”.
La huelga continuaba y parecía no tener arreglo a pesar del la intervención de los gobiernos del Distrito Federal y del País. Ahora la Ericsson acusó a los telefonistas de sabotaje, pero ante la amenaza de quedar toda la ciudad sin servicio, Alberto Araoz declaró “Es falso que nos estemos dedicando a consumar actos de sabotaje, no tenemos porque llegar a esos extremos, cuando las condiciones actuales del servicio son tan pésimas, que nos evitan tomarnos esas molestias, más de 7000 son los suscriptores que no se atienden por las descomposturas de los aparatos y de las líneas”.
Por otro lado, mientras la Ericsson se quejaba, los esquiroles la acusaban de imponer jornadas extenuantes, pues obligaba a “los trabajadores cruzados”, a trabajar más horas de las pactadas, además de la actitud grosera en que eran tratados por los empleados suecos, los obligó a declarar que si en dos días más no se resolvía el conflicto abandonarían el trabajo, el esquirol Guillermo Silva, arrepentido declaró en asamblea celebrada en el salón del sindicato de Panaderos “juro no ir a trabajar más a la compañía y si evitar que persona alguna se presente a romper la huelga”.
Con la intención de resolver el conflicto, los telefonistas nombraron una comisión formada por Benjamín Quesada, Ignacio del Río, G. González, F. Gutiérrez, Salvador López, Alfonsina Galindo, Ana María Aguilera y María Luisa Álvarez, para entrevistarse con el gobernador del Distrito Federal, autorizándolos la asamblea para que las peticiones de los huelguistas fueran resueltas de acuerdo como el sindicato las había planteado.
Aún cuando la huelga afectaba a poco más de 500 telefonistas con sus respectivas familias, la Ericsson continuaba negándose a aceptar las demandas de sus trabajadores, a pesar de que Celestino Gasca gobernador del D.F. hacía esfuerzos para que se llegara a algún acuerdo.
En respuesta, el gerente de la Ericsson solicitó entonces una entrevista con el Presidente de la República General Álvaro Obregón, con la intención de informarle del estado en que se encontraba la huelga y se obtuviera un rápido arreglo.
El General Obregón enterado de las propuestas de la Ericsson, solicitó la presencia de los huelguistas, a quienes les señaló que habían procedido con “cierta” precipitación en al declararse en huelga, pero consideró que los telefonistas al actuar en forma “ecuánime y comedida”, los apoyaría “por la justicia que entrañan sus peticiones”.
Para el 15 de mayo la huelga de los telefonistas continuaba, los últimos veinte suscriptores que se acercaron al edificio de la Ericsson a quejarse por la suspensión del servicio, reconocieron que la razón y la justicia estaba de parte de los huelguistas, por lo que presentarían una demanda ante los juzgados metropolitanos exigiendo las responsabilidades del gerente Ostlund al negarse a resolver las demandas de los telefonistas, alegando que el gerente sueco no mostraba “ningún aprecio a los trabajadores y por la indiferencia con que ve la situación aflictiva que prevalece entre las jóvenes telefonistas que con todo derecho podían exigirle públicamente el pago de todo ese dinero que se les adeuda por horas extras que trabajaron en la empresa, sin recibir el sueldo doble, como consigna la Constitución”.
A pesar de la creencia del General Obregón de que el conflicto quedaría resuelto con su intervención, esta se vio apagada cuando el gerente Ostlund ofreció pagar el 50% de los sueldos durante el tiempo que durara la huelga a cambio de 20 horas extras de trabajo, es decir, que condicionaba éste pago, solo si los telefonistas estuvieran dispuestos a trabajar 20 horas extras para poder reanudar el servicio, ofrecimiento que fue rechazado por los telefonistas quienes “declararon que permanecerían en pie de lucha”.
Al mismo tiempo que el conflicto avanzaba, las maniobras del gerente Ostlund salieron a la luz, cuando los y las esquiroles denunciaron las condiciones en que eran contratados, ya que no se respetaban mínimamente los derechos de los trabajadores mexicanos y, a que se les exigía que no podían hacer ningún tipo de reclamación y menos exigir las garantías establecidas en las leyes del país, por lo que se les obligaba a firmar el siguiente documento: “La que suscribe –aquí el nombre del empleado-, con domicilio…, declara que había hecho solicitud para que se me admita como meritoria en la Empresa de Teléfonos Ericsson S.A., he leído el reglamento de la misma empresa, especialmente en la que se refiere a los deberes generales, comportamiento de las telefonistas, así como a los correctivos que la misma empresa tiene derecho a aplicar, en caso de que no se cumpla con el reglamento o las instrucciones que más tarde se me darán, y por el presente, declaro que estoy enteramente conforme con el contenido de dicho reglamento, así como por los correctivos que pueden aplicarme en caso de falta e incumplimiento. También estoy conforme en que se me admita como meritoria durante tres meses o menos, en cuyo tiempo la Empresa de Teléfonos Ericsson S.A. puede separarme del servicio si así lo juzga conveniente, o por no considerarme apta para llenar todos los requisitos que exige el buen servicio, sin que tenga yo derecho a hacer reclamación alguna. Fecha y Firma del interesado”.
En un intento más porque el conflicto fuera resuelto, los telefonistas informaron que estaban de acuerdo en que la Ericsson no les pagara el primer día de enfermedad que contrajeran en el trabajo, pero exigieron que se les pagaran sus salarios completos durante el tiempo que durara la huelga.
Los telefonistas intentaron reunirse una vez más con el Presidente de la República General Álvaro Obregón en el Castillo de Chapultepec, con el objeto de informarle del desarrollo de la huelga y solicitar su intervención para que ésta fuera resuelta. La respuesta del Presidente fue que el conflicto sería solucionado por el gobernador del D.F.
Mientras esto sucedía en las oficinas del Presidente de la República, en el edificio de la Ericsson la violencia hizo acto de presencia una vez más, cuando el ingeniero Helge Ross, dio aviso a la policía de que los huelguistas ondeaban la bandera roja y negra frente al edificio de la empresa.
En efecto, a petición de Ostlund y Ross, la policía que se encontraba de vigilancia frente al edificio de la Ericsson, pretendieron obligar a los huelguistas para que retiraran la bandera instalada frente al edificio, y no faltó un uniformado que intentara golpear a los obreros “hecho que hizo que los telefonistas retiraran su bandera en forma pacífica en lugar de responder a la violencia…”. Sin embargo, Ostlund que se caracterizaba por su mal carácter y por no respetar ni a las leyes ni a los funcionarios, llegó a molestarse de tal modo por la presencia de los huelguistas, que no vaciló en pedir el auxilio de las autoridades, quienes de inmediato enviaron un pelotón de la policía montada, exigiendo los huelguistas que retiraran su estandarte del edificio de la Ericsson, al negarse a acatar esta disposición “El oficial que mandaba a los guardianes dio una orden y todos ellos se pusieron en línea desplegada y en actitud amenazante, pero los huelguistas se mostraron estoicos y no intentaron hacer absolutamente nada”.
Finalmente, con la intervención del Presidente de la República y el Gobernador del D.F. el conflicto quedó resuelto el 16 de mayo, cuando los telefonistas aceptaron que se les pagaran el 50% de sus salarios, pero la solidaridad mostrada por los sindicatos del D.F. se puso de manifiesto una vez más cuando la Federación de Sindicatos del D.F. y el sindicato de trabajadores de “El Buen Tono”, ofrecieron pagar el 50% restante (equivalente a poco más de 9 mil pesos). Además del apoyo que recibieron de los afiliados a la “amarilla” CROM.
Después de 10 días el conflicto llegó a su fin, cuando se firmó un convenio que quedó redactado en los siguientes términos; “Puntos que ante el gobierno del D.F. formula la Empresa de Teléfonos Ericsson, sus empleados y obreros, los cuales sirven de convenio que respetaran ambas partes para reanudar las labores suspendidas. 1º los trabajadores no cobraran el primer día de enfermedades ajenas al servicio; 2º la empresa en caso de enfermedades ajenas al servicio, pagará descontando un día de la primera quincena a sueldo integro y a medio sueldo los 15 días siguientes si continúan imposibilitados para trabajar, en todo caso, las enfermedades deben ser comprobadas por el médico de la empresa, pero siempre bajo el concepto de que la empresa en ningún caso, tiene la obligación de pagar por concepto de enfermedad un día más de los estipulados en esta clausula 2ª; 3º quedan aceptadas por los trabajadores los puntos 2º, 3º y 4º y 5º que el memorial elevado al gobierno del D.F. por el ciudadano gerente de la Empresa de Teléfonos Ericsson S.A. propuso a sus trabajadores en huelga y los cuales se transcriben en seguida:
Referente al 2º punto del ultimátum de la Empresa ofrece que se constituirá un jurado competente para decidir las competencias respectivas de los instaladores Srs. Ortega, Rosas y Romero; 3º el sindicato Ericsson retirará la clausula núm .3 del ultimátum e igualmente el resto que sin numeración estaba expuesta en dicho ultimátum; 4º si los operarios están anuentes de efectuar el trabajo acumulado durante estos días y que precisamente por la demora, hoy es de suma urgencia con trabajar durante 20 horas extras, distribuidas prudentemente de acuerdo con los trabajadores al precio normal, la empresa liquidará el 50% de los días perdidos por motivo de la huelga; 3º la empresa como su personal se comprometen a no ejercer represalias después de reanudado el trabajo; 4º el jurado a que re refiere el inciso 2º de la clausula anterior quedara constituida de acuerdo con los trabajadores en un término no mayor de 30 días contados a partir de esta fecha; 5º todos los obreros que tomaron parte en el movimiento deberán quedar en sus respectivos puestos que ocupaban antes de dicho movimiento sin perjuicio de la voluntad de la empresa de distribuirles sus labores de acuerdo con las necesidades de la misma sin que esto sirva de pretexto para hostilizar al personal; 6º la empresa se reserva el derecho de transferir sus obligaciones contraídas en caso de enfermedades a una empresa de seguros debiendo ser ella la que cubra los gastos a la empresa de seguros a que se transfieran las obligaciones que contraiga. México 16 de mayo de 1921, por el Sindicato de Obreros de la Empresa de Teléfonos Ericsson S.A. J. Benjamín Quesada, rubrica; F. López Guezca, rubrica; D. del Rio, rubrica; Srita. Dolores Parrez, rubrica; por la Federación de Sindicatos Obreros del Distrito Federal, J. F. Gutiérrez, rubrica, por poder Empresa de Teléfonos Ericsson S.A. el gerente Erick Ostlund, rubrica, por la Unión de Empleados y Obreros de la fábrica de cigarros el Buen Tono, el representante especial Gonzalo González, el gobernador del D.F. C. Gasca, rubrica”.
El 17 de mayo, los telefonistas regresaron sin ninguna dificultad al trabajo después de 10 días en huelga, pero de inmediato aparecieron las criticas, por haber aceptado los más de 9 mil pesos ofrecidos por la Federación de Sindicatos del D.F afiliada a la CROM, quienes habían considerado ilícita la huelga de los telefonistas y por lo tanto fuera de la ley, actitud que los sindicatos “rojos” consideraron “como un verdadero ultraje hecho a las ideas que sustentan los rojos”, pues los “amarillos” con acciones como éstas solo buscaban “la simpatía de la clase trabajadora”, para llevarla a sus filas, es decir a la CROM.
La Empresa de Teléfonos Ericsson por su parte agradeció, “a todos sus amables suscriptores, su profundo agradecimiento por la actitud benévola y generosa durante el reciente conflicto con sus obreros”, por lo que anunció que en 20 días el servicio quedaría normalizado. Solo quedó pendiente el asunto de los esquiroles ya que se esperaba su despido de un momento a otro, o que se continuarían utilizando sus servicios para que en cuanto pudieran desempeñar debidamente su trabajo “puedan ser despedidas las telefonistas que simpatizaron con la huelga”.
Ocho días más tarde, los telefonistas recibieron los poco más de 9 mil pesos ofrecidos por la Federación de Sindicatos y los trabajadores del Buen Tono, como complemento para sus salarios.