Publicado en el número 37, del 31 de mayo de 1943
en el periódico oficial del Sindicato Nacional de Telefonistas
SINATEL.
Un anciano, de cabeza blanca, encorvado bajo el peso de los años, vestido de andrajos y con unos zapatos viejos, que no alcanzaban a cubrir sus cansados pies, concurre viernes a viernes a los almacenes de La Teja (actualmente la Central Madrid), precisamente a la hora de pago en busca de la modesta ayuda que le brindan sus camaradas.
Lo he contemplado varias veces y no he podido menos que sobrecogerme, a pesar de que aquella figura personifica a cada uno de nosotros, trabajadores telefonistas, porque aquel anciano que mis ojos contemplan fue también telefonista. El También como nosotros dejó los mejores años de su vida al servicio de la empresa (Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana), desde el año de 1878, él fue también un competente trabajador pero un día del año de 1928 cuando todas sus energías habían quedado allí, entre marañas de alambres, de cordones de conmutador y de bajantes rotos, fue puesto en medio de la calle, inútil y viejo.
Tuvo la desgracia de ser separado cuando aún los derechos del trabajador estaban en manos de la propia empresa, sin que la entonces débil agrupación de nuestro gremio pudiera siquiera levantar la voz ante estas injusticias. De ahí la razón de nuestra lucha, el porque de nuestro movimiento social. En muchas ocasiones hemos escuchado decir a los dirigentes de la empresa que ésta no tiene corazón, que es intangible, que no puede dolerse de la situación miserable en que viven sus trabajadores, para ella no hay conmiseración posible, la posición de lucha por nuestros derechos en manos de esa incomprensión inhumana, de la necesidad de que nuestros servicios sean debidamente remunerados, ya se dijo en ocasión anterior (SINATEL núm. 36) de que nosotros, trabajadores especializados, nos entregamos en vida y alma al servicio de la empresa, y cuando ésta nos desocupe, saldremos con los ojos cerrados, nuestro fin será la del anciano, que llega en busca de una ayuda de parte de sus camaradas de clase.
Si nosotros no cuidamos lo que nos ha costado tanto trabajo conquistar, necesitamos mejorarlo y velar a toda costa para que no se nos arrebate nada absolutamente nada de lo que hemos adquirido, pues ese es nuestro único patrimonio, esa es la única herencia que podemos legar a nuestros hijos proletarios, el fruto de nuestras energías.