Formación del Sindicato de Obreros y Empleados de la Empresa de Teléfonos Ericsson.

A pocos meses de haber constituido junto con los electricistas de la Mexican Light and Power y los telefonistas de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana el Sindicato Mexicano de Electricistas, los telefonistas de la Empresa de Teléfonos Ericsson decidieron separarse de ésta organización, no sin antes de ser acusados de estar confabulados con fuerzas ajenas a los intereses de los trabajadores, el Mexicano de Electricista manifestó su inconformidad señalando en la voz de Luis Ochoa; “Salud compañeros. Mi verbo rojo es de desprecio para los ilusos ultramontanos que todavía sueñan con las malditas sombras de las capillas, para los traidores de la Ericsson, foco de reacción y retrógrados, flor de estercolero (sic)”.

Sin embargo, los telefonistas de la Ericsson buscaron en otras organizaciones, la representación y solidaridad para con sus intereses, lo que los llevó en 1918 a afiliarse a la recién formada Confederación Regional Obrero Mexicana (CROM), de la que poco tiempo más tarde también se separaron, por considerar que esta Central estaba cada vez más cerca del gobierno, a pesar que rechazaba toda definición ideológica y se proclamaba como “apolítica”.
De inmediato, los telefonistas de la Ericsson acordaron formar una organización sindical orientada hacia el comunismo anarquista, que en síntesis proponía agrupar fuera de toda escuela política o religiosa a los trabajadores, consientes de la lucha que se debía llevar acabo para lograr la desaparición definitiva de los trabajadores y patrones. Basándose en la acción reivindicativa cotidiana: coordinando los esfuerzos obreros, para incrementar el bienestar de los trabajadores (a través de la disminución de la jornada de trabajo y el aumento de los salarios), con la intención de allanar el camino para establecer una acción de largo plazo para alcanzar la total emancipación de los trabajadores por la vía de la expropiación a los capitalistas. Su medio de acción más combativo sería la huelga general, por lo que el sindicato sería desde ésta óptica, la agrupación de producción y distribución, base de la organización social futura. Fuera del sindicato, los trabajadores estarían en libertad de actuar políticamente como mejor les pareciese. Y para que el sindicalismo cumpliera a su máxima eficacia, la acción económica debería realizarse contra los patrones.
Bajo estos principios, los telefonistas de la Ericsson y apoyados por jóvenes militantes comunistas, autollamados Jóvenes Igualitarios, formaron junto con los obreros textiles y bordadoras, el grupo Alma Roja.
Así, en medio de una intensa agitación obrera y con el apoyo de este grupo, los telefonistas de la Ericsson en mayo de 1920 decidieron hacer frente a la Empresa de Teléfonos Ericsson, demandando la satisfacción de su pliego de peticiones, en el que se incluía el aumento de sueldos y el pago de sus salarios en moneda corriente, toda vez que sus sueldos eran pagados con vales, que solamente podían ser canjeados por la Empresa.
Los telefonistas que trabajaban en los Departamentos de Quejas, Líneas Aéreas y Subterráneas e Instalación de Cables, hicieron suyas las demandas de sus compañeros, exigiendo además que a “Los operarios de primera clase, se les concedieran cinco pesos diarios de sueldo y a los de segunda, dos pesos cincuenta centavos”, también solicitaron aumento de 3 pesos con 50 centavos para los Celadores, aumento de de un peso con 75 centavos para sus ayudantes, aumento de 100 pesos para los demás telefonistas , Médico y medicinas gratuitos en caso de enfermedad y cese inmediato del sr.Schowel, inspector de quejas. Las “señoritas telefonistas” a pesar de haber recibido un aumento de tres centavos por cada hora de trabajo, acordaron secundar las peticiones de sus compañeros, dándole un plazo de 10 días a la Ericsson para que resolviera sus demandas.
Ante la amenaza de la huelga, salieron a la luz algunos artículos periodísticos criticando en forma sarcástica el mal servicio que proporcionaba la Ericsson, pero sobre todo el trabajo y la actitud de los telefonistas. Así el 31 de mayo de 1920, Jerónimo Coignaud articulista de El Universal señalaba. “Recuerdo haber conocido a un yanqui robusto y oficinesco que era el más perfecto de los aficionados al teléfono con que he tropezado en mi vida. Este caballero (fumaba a mordidas y subía los pies en el escritorio, cosa que no todos los yanquis hacen) se echaba hacia atrás en su sillón giratorio, recostaba la cabeza contra el respaldo, levantaba la cara al techo, entrecerraba los ojos y daba chupadas y mordidas a su puro con un amplio aire de beatitud capaz de imponerlo al respeto de los más irrespetuosos.
Cuando hallándose en tal éxtasis, alguien se acercaba con él, con el antipático fin de hablar de negocios, él abría poco a poco los ojos, se incorporaba a medias, se quitaba el puro, se incorporaba a medias, se quitaba el puro de la boca, escupía abundantemente y tornando a recostarse murmuraba:
– ¡Aho! Mi estar in this momento muy ocupado.
Solo el teléfono tenía la virtud de excitar en él los instintos emprendedores de la raza. Sonaba la campanilla, y él daba un salto, se arrancaba el puro de los labios, tomaba el audífono y gritaba regocijado.
– ¡Oh! Yes, siguro, mi ser ese.
Los negocios marchaban por este medio con una rapidez asombrosa. Todo se resolvía así fácilmente. Sin teléfono, este buen yanqui se hubiera muerto de hambre. Le hacía falta, como a los individuos que necesitaban, de un modo imperioso, pelearse todos los días con una telefonista.
– ¡Señorita! señorita! ¿Me dará el condenado número que le pido!
Ciertamente, este último tipo de “Teléfonofilo” puede sustituir el útil aparato con relativa facilidad: Así peleará el interesado con su mujer, en vez de pelear con las telefonistas. Pero, las muchachas que ocupan el teléfono para hablar con las amigas cuando no tienen nada que decirles ¿Cómo podrían reemplazarlo? El caso es que solo ante la bocina adquieren la verbosidad indispensable para charlar media hora sin expresar un pensamiento completo. ¡Y estos instantes son tan gratos al tierno corazón femenino! Los novios tímidos son otros tributarios del teléfono que no podrían pasarse sin él. Únicamente así se hallan con el valor suficiente para decirles a sus novias.
-Nenita de mi alma, ¿si me das un besito?
Audacia que nunca se permitirían encontrándose a una distancia estratégicamente apropiada para que ellas le contesten.
– ¡Pues tómalo por ti mismo, que yo he de dártelo!

¡Ah! Todas estas sencillas y honestas gentes saldrían perjudicadas de un modo horrible si las telefonistas se declaran en huelga. Por tal razón es que, con los respetos que me merecen las telefonistas, aun en los momentos trágicos en que se obstinan en no darme comunicación, me permito suplicarles que no se declaren en huelga”.
Para el 6 de junio, la Junta de Conciliación y Arbitraje convocó al gerente de la Ericsson y a los representantes de los telefonistas para discutir el aumento en los salarios solicitado por los trabajadores. Por la Ericsson asistió el Sr. San Félix y por parte de los telefonistas el Sr. Leonardo Hernández.
El representante la empresa molesto, se negó a cualquier arreglo señalando que “la empresa más que particular, parecía que era del gobierno, sus entradas eran muy flojas a la fecha y por tanto, para hacer cualquier aumento en los sueldos y jornales necesitaba que el gobierno le permitiese aumentar sus cuotas”, ya que el único autorizado para subir las tarifas era precisamente el gobierno.
El problema se complicó cuando los telefonistas acusaron al Jefe de la Junta de Conciliación y Arbitraje Lic. Roberto Sáyaga de actuar a favor de la Empresa señalando que, su “parcialidad que pugna (sic) con su carácter y que de continuar en esa línea de conducta acarreará grandísimos males a la sociedad, y de la que dio prueba en la primera conferencia que el suscripto (sic) y los obreros comisionados tuvieron con los representantes de la empresa”.
La actitud del representante del gobierno hizo que, con la asesoría del conocido dirigente anarquista Leopoldo Urmachea y los jóvenes comunistas, los telefonistas acordaran el 5 de junio de 1920 constituirse en sindicato, que llevaría como nombre “Sindicato de Obreros y Empleados de la Empresa de Teléfonos Ericsson S.A.” adoptando como lema “Por el Proletariado y su Emancipación”, resultando electos como miembros del Comité Ejecutivo, como Secretario General Benjamín Quesada, del Interior Eleuterio Zamudio, de Actas Ignacio del Rio, Tesorero Adelaido Rosas y Sub-Tesorero Petra Ruiz, el órgano periodístico de la nueva organización llevaría el nombre de “El Microteléfono”.
Este nuevo sindicato es una “Agrupación de combate –decían los telefonistas-, su fuerza la constituye la Unión, sus miras son el mejoramiento MORAL, INTELECTUAL y MATERIAL de cada uno de sus miembros; para poder así construir un verdadero baluarte donde se estrellen los feroces ataques de nuestros enemigos. Estará siempre del lado del Proletario, podrá pertenecer a cualquier Federación o Confederación de idénticos fines, ya sea local, regional o internacional; pero por ningún motivo perderá su absoluta libertad en sus asuntos interiores; prestará su apoyo a las demás agrupaciones en la forma que lo estime necesario y lo solicitará de éstas cuando las circunstancias lo requieran”.
De este nuevo sindicato surgirían valiosos cuadros anarcosindicalistas como Alberto Araoz de León, que en febrero de 1921 sería electo como Secretario General de la Confederación General de Trabajadores y junto con Arturo Rojo, que llegaría a ser Secretario General del Sindicato de Teléfonos de México en 1948, dirigirían el Centro Sindicalista Libertario, escuela de cuadros sindicales y propagandísticos de la CGT, además de Antonio Pacheco, Moisés Guerrero y Petra Ruiz, que sería la primera mujer en la historia del sindicalismo mexicano, en dirigir los debates en una asamblea, la cual fue convocada por la Federación Comunista del Proletariado Mexicano en el Cine Garibaldi, el 19 de septiembre de 1920.
Respecto al problema planteado por los telefonistas contra la Ericsson, éstos aceptaron que el aumento en sus salarios quedara condicionado al aumento de las tarifas del servicio telefónico (cosa que sucedió en octubre de 1920) y, la Ericsson aceptó pagar los salarios de sus trabajadores en moneda corriente.