Burla Burlando

EL DEMÓCRATA, sábado 7 de mayo de 1921.

J. González Pastor.

 

Las Telefonistas en huelga.

 

Las señoritas telefonistas se han declarado en huelga. Hace apenas tres días, nos ocupábamos en esta sección, del trabajo de la mujer; hoy tenemos que hablar de las mujeres, quizá para justificar una de tantas paradojas de la vida. Cerca de tres mil teléfonos quedaron incomunicados ayer, han sido las primeras consecuencias de este paro general, en el que las mujeres han tomado una parte tan activa.

Claro es que esta huelga, mal que les pese a las mujeres, son los hombres los que llevan la batuta, cosa que desagradara en extremo a todos con clubs feministas de hoy, que en pretexto del feminismo, no hacen, más que fomentar el odio al hombre entre el bello sexo.

Naturalmente, creemos que la mujer, como el hombre, tiene perfecto derecho a declararse en huelga. Ahora bien; tanto y tanto se ha hablado del feminismo y de sus progresos, que nada más gozaríamos mucho viendo una huelga de mujeres “en su propia salsa”, es decir, organizada y dirigida por ellas mismas.

Por esta vez nos hemos quedado con las ganas, pues en la actual huelga de teléfonos, que pudiéramos llamar “mixta”, son, como hemos dicho, los hombres los que llevan la voz cantante. Sin duda por eso, uno de los incidentes de la huelga estuvo a punto de degenerar en motín. El hecho fue que los huelguistas destruyeron tres automóviles que conducían al trabajo a varias señoritas en calidad de “esquiroles”, es decir, de substitutas de las huelguistas.

Si este “movimiento” llega a ser dirigido por mujeres, seguramente los automóviles no habrían corrido ningún riesgo; los moñitrenzas y añadidos de las substitutas la hubieran pasado muy mal.

Después de todo, fuese tal vez mejor así. De toda huelga queda el recuerdo de varias víctimas que sacrificaron su vida, su tranquilidad o su pena en aras de la masa común; ¿No es mejor humanamente pensando, que los sacrificados sean moños y añadidos?

La huelga de telefonistas puede tener y tendrá, desde luego, consecuencias muy desagradables. Pero también ha de tener sus ventajas, sin duda alguna. Para mí, por ejemplo que no soy un hombre de negocios ni el conquistador de corazones, el teléfono es un martirio. A lo mejor, estoy loco, en mi despacho, buscando un asunto para EL DEMOCRÁTA, o en casa de un número original para María Conesa, o en la chusma unos tiples para “Ave César”, y, cuando ya parece que la idea va a surgir, el molesto timbre del teléfono empieza a repiquetear y acaba por meterse en los sesos en substitución de la idea que iba a ocurrírsenos, la cual huyó espantada ante el escándalo de la llamada telefónica. De toda la utilidad del teléfono, que es mucha, renegamos en un momento de estos en que un amigo indiscreto o un acreedor inoportuno, nos corta el hilo de las ideas, sin tener en cuenta lo que nos cuesta hilvanar una de éstas.

Por eso creo yo que los abonados estarán alegres todos, con motivo de la huelga. Todos menos yo, porque mi teléfono no es Ericsson.