Alma del Herrero

Telefonistas  madrileñas en los años 30.

Hemos encontrado esta breve reseña de la actividad del edificio de la Telefónica en los años 30… NUEVO MUNDO, 19 de diciembre de 1930 “LAS BELLISIMAS TELEFONISTAS DE MADRID” (José PRADOS LÓPEZ).

Este rascacielos, domicilio de la Telefónica, orgullo de los madrileños de este siglo, que alza su mole gigantesca en el corazón mismo de la Gran Vía cortesana, y que a una colmena colosal podría compararse, atesora en su seno el plantel más bello de madrileñas que puede exigir el más admirador de la femenina belleza. Parece que su interior decoróse ex profeso para que estas bellísimas “gatitas” tuvieran un fondo adecuado a sus lindas y atractivas figuras.

Desde que se traspasa el umbral del enorme edificio nos maravilla el exorno de los salones, de los pasillos, los ricos mármoles de los muros y pavimentos, los dorados de las pequeñas cúpulas, las lámparas monumentales que hacen resbalar la luz con serena velocidad, las ricas puertas talladas, la luz filtrada por los altos ventanales. Se cree el visitante que está dentro del ámbito de una catedral decorada modernamente, pero con recuerdos bizantinos.

Todo es de buen gusto, de un gusto sencillo y cómodo, pero hecho con todo el derroche que el lujo permite a un arquitecto que tiene a su alcance el oro sin tasa.

Y en medio de este brillo de mármoles, oros, cristales y pálida luz se mueve este ejército de telefonistas, como sacerdotisas de una extraña religión, de un nuevo mito, de una inédita ceremonia. Ellas ofician sonrientes, exquisitas, llenas de gracia y de arte, como un adorno más entre la riqueza. Y sus pupilas de misteriosas interrogaciones como luces que alumbran de más poderosa manera que las altas luminarias, son como raros matices y como colores de la infinita gama del ensueño destilando en silencio ante los ojos asombrados; verdes de pecado, negras de pasión subidísima, azules de adormecida ilusión, color de uvas malagueñas, color de ámbares de Oriente…simplificando nuestra labor informativa a fuerza de gentilezas y facilidades. Después de conseguir autorización del director, nos han acompañado en nuestra visita por oficinas y negociados, a caza de unas respuestas femeninas que dieran al público una idea de cómo es la telefonista madrileña.

Las primeras preguntas las hemos hecho a la doctora en Medicina que tiene la Telefónica para el cuidado de sus empleadas. Se llama Amparo Monmeneu, y en verdad que el lindo nombre le va como anillo al dedo, así como corre pareja con su belleza notable y su simpatía indiscutible. En medio de tanto aparato de laboratorio no se piensa sino en que vale la pena de ponerse enfermo en esta sala de cirugía. A buen seguro que no sentíamos dolor si eran sus manos las que procuraban aliviarnos. Ya siendo estudiante hizo estudios de microbiología en el Instituto de Alfonso XIII y ganó por oposición la plaza de alumna interna del Hospital de la Princesa.

-¿Qué opinión tiene su novio del puesto que ocupa en la Compañía?- le preguntamos.

-¡Qué pregunta tan difícil! –nos contesta-. Mi novio quiere para mi lo más agradable, y lo más grato para mi, en estos momentos, es mi carrera. Más adelante, ¿quién puede hacer semejante afirmación?

-¿Y de sus aspiraciones para el porvenir?

-Casarme y tener un hijo que sea la gloria de la Medicina. -¿su opinión del matrimonio?

-Pienso de esto como piensa toda mujer cristiana.

-¿Lecturas favoritas?

-Cervantes, Lope de Vega, Moratín, Fray Luis y Santa Teresa. De los contemporáneos, Alarcón, Valera, Pereda, Palacio Valdés y Galdós. -¿Qué piensa de la colaboración en el trabajo del hombre y la mujer?

-No solamente soy apartidaría de ella, sino que en Medicina es, sobre muy útil, necesaria.

-¿En qué sentido cree usted que debe orientarse el feminismo?

-La mujer debe intervenir política y socialmente en la vida del país y aspirar a la igualdad de derechos con el hombre. Debe interesarse por todos los problemas que afectan a la Humanidad, como parte integrante, completa y racional que es de ella. Es decir, que nada que sea humano debe serle indiferente.

-¿Qué hubiera querido ser en la vida?

-Lo que soy: Médica. Estrechamos la mano de la joven doctora, guapa ella, simpática ella y de cuidado, lector. Juzga tú por las respuestas anteriores y dinos si contestaría mejor un hombre.

Tiene muchas aspiraciones aunque ninguna fija. Le gusta leer. Cree que a un hombre que quiera a una mujer no debe agradarle que ella trabaje. No comprende cómo hay quién trabaje por gusto. De feminismo no sabe nada. Hubiera querido ser siempre lo que fue durante un corto periodo, muy feliz por cierto, de su vida. Y está satisfecha con su ocupación. Todo esto nos lo ha dicho Beatriz, la telefonista que lleva un nombre simbólico en la historia del Amor. Y nosotros nos hemos preguntado: ¿Hasta cuándo estará Beatriz contenta con su empleo?

Quién sabe: ¿A lo mejor el travieso diosecillo hace feliz a cualquier mortal?

A María Vázquez López-Oliveros la hemos sorprendido tecleando en la máquina de escribir. Es una belleza serena, jarifa de cuerpo. De ojos color de uvas moscateles y de rostro de niña. Hay en su mirada dulzuras de mujer nacida para ser madre, tiene las pupilas cargadas de ternura y comprensión. Será una novia santa, como sería una amiga ideal.

-¿Tiene novio?- le preguntamos.

-Lo tengo, y está muy satisfecho con mi empleo, porque él le ha permitido conocerme.

-¿Y del matrimonio?

-Creo que es el perfecto estado de la mujer.

-¿Del trabajo en colaboración con el hombre?

-Pienso que no son incompatibles. Al contrario, las condiciones intuitivas nuestras complementan las reflexivas del hombre.

-De feminismo ¿Qué piensa?

-Pienso que la misión de la mujer debe ser de paz y unión, y la encargada de hacer que el amor a la Humanidad resplandezca en todos los actos de la vida y procurar que sean desterradas toda clase de violencias.

Cuando nos despedimos de esta mujercita que tiene tan bellas ideas de amorosa mansedumbre, lo hacemos admirándola, no sólo su belleza material, sino en la otra, desde dentro, ilumina los ojos de maravillosa dulzura.

Por último visitamos a Dolores de Fe Caballero, que en ese momento está escuchando sabe Dios qué piropos por el auricular del teléfono. Cuando se entera del objeto de nuestra información, sale corriendo atropelladamente para arreglarse ante el espejo. Al volver, y siguiendo las indicaciones de Díaz Casariego, la interrogamos, y nos dice, con un desenfado adorable, que no tiene novio por no perder el tiempo en cosas tan insignificantes. En cambio, si se preocupa en leer a Ricardo León y a Martínez Sierra. Piensa que deben desaparecer los celos entre el hombre y la mujer que trabajan juntos; que está muy contenta con su ocupación, porque le permite ayudar a su familia. Y al hablar de feminismo, dice que la mujer debe ser mujer, muy mujer, muy femenina; cuanto más mejor. Todo esto sazonado con una gracia, una picardía y una viveza admirables. Nerviosa, traviesa, inquieta, sonriente, cordial. Un encanto de chiquilla, lector, que cree, que el tener novio es una “cosa insignificante”. ¿Qué secreto habrá detrás de esta frente morena y de los ojos negros y brillantes?

Así piensan las telefonistas madrileñas, así sienten y así quieren. Es un ambiente de cultura, de belleza, de nobles aspiraciones, de locos y hermosos sueños el que se respira cuando con ellas se habla. Bien merecen verse realizados los miles de sueños de tanta cabecita pensadora como vive la edad de oro de la juventud, atentas al ritmo del trabajo en el interior del rascacielos maravilloso.

Así lo deseamos y así será.