Nacimiento del Sindicato Nacional de Telefonistas.
José García Méndez.
Con motivo de la terminación de la primera Guerra Mundial, comenzó nuevamente en México, el crecimiento de la demanda del servicio telefónico, lo que hizo posible la importación de materiales y equipos, hecho que permitió que el número de aparatos telefónicos en servicio aumentara, por lo que para 1920, la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, que se encontraba requisada por el gobierno mexicano, informó que tenía 15 600 aparatos en servicio.
Sin embargo, las malas condiciones de trabajo y la férrea disciplina que la Telefónica Mexicana imponía a sus trabajadores, comenzó a crear inconformidad entre ellos, pues por ejemplo, en el caso de las operadoras, se les obligaba a “vestir blusa blanca y falda negra y a no mostrar, ni la milésima parte del tobillo”. Además, las “señoritas operadoras”, no podían en una calle a la redonda de donde se encontraban los edificios de la Compañía, acercarse con el novio o con cualquier persona del sexo masculino, romper esta regla, provocaba el despido seguro.
Los horarios eran muy rigurosos, pues el retraso de 5 minutos en la entrada, significaba perder medio día de sueldo, teniendo sólo 15 minutos de descanso en cada turno, pero sin salir de la “sala de descanso” y mucho menos de los edificios, también él no respetar esta norma, significaba perder el empleo.
Otra regla que impuso la Telefónica Mexicana y que según ella, era la causa del mal servicio que proporcionaba y que además provocaba la queja constante de los “abonados”, era el retraso en la conexión de las llamadas, por lo que la Compañía dio aviso a sus suscriptores que “Deseosa de dar a nuestra numerosa clientela el mejor servicio telefónico”, para contestar y establecer la comunicación telefónica, las operadoras tenían “como máximun de tiempo […] únicamente QUINCE SEGUNDOS”.
Las operadoras de la Mexicana tenían también la obligación de dar “con toda claridad y precisión el número de orden que les corresponde, e informar al suscriptor cuando no le contesten que el número está ocupado o bien que no están llamando”, de no hacerlo, la Telefónica Mexicana estableció “penas severas para las infractoras de estas reglas”.
A esta situación se sumaban las pésimas condiciones de higiene que la Telefónica mantenía en sus instalaciones, principalmente en “los baños y la sala-dormitorio”, hecho que llevó al reportero de El Demócrata a señalar que las condiciones en que las operadoras realizaban su trabajo eran “dolorosas [y] lo que acontece en los diversos departamentos de la Compañía Telefónica Mexicana [tiene] cierta analogía con las terribles descripciones que hace el genio Dante”.
La Telefónica omitía señalar que las verdaderas causas del mal servicio que proporcionaba y que eran reconocidas por el mismo Presidente Álvaro Obregón eran “el equipo [que] existe es detestable, por lo viejo e inadecuado del sistema”, razón por la cual el Presidente de la República ordenó a la SCOP estudiara la posibilidad de instalar en México, “un moderno sistema telefónico” como el que explotaba “una de las empresas más poderosas de E.U. […] en Chicago, Nueva York, California y otras poblaciones más”, pues era urgente y necesario que la población contara “con un servicio telefónico digno”.
Este ambiente hizo que las operadoras y empleados de la Telefónica, que eran cerca de 300, a un mes y medio de que la huelga de sus compañeros de la Ericsson terminara, decidieran, a pesar de constituir parte del Sindicato Mexicano de Electricistas, formar su propia organización sindical.
En efecto, siguiendo el ejemplo de los telefonistas de la Ericsson, los de la Mexicana decidieron adherirse primero a la Federación Comunista del Proletariado Mexicano en agosto de 1920, con la finalidad de apoyar las luchas obreras que se venían realizando, por lo que como resultado de la intensa movilización obrera que se dio en estos años y apenas a unos días de haber concluido la huelga en la Ericsson, es decir, a mediados de julio de 1921, los telefonistas de la Mexicana acordaron formar la “Unión de Trabajadores, Obreros y Empleados de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana”, nombrando como secretario general a Adrian Paredes Gómez, cuya sede quedó instalada en el ”Callejón de San Antonio”. Esta nueva organización, poco tiempo después, cambiaría su nombre por el de Sindicato Nacional de Telefonistas, sin abandonar las filas del Sindicato Mexicano de Electricistas.
La nueva organización sindical se proponía, mejorar las condiciones económicas y de trabajo de los telefonistas, sin embargo a principio de 1922 el movimiento obrero, comenzó con el signo del desempleo y la ofensiva capitalista contra los trabajadores organizados.
La prensa informaba que siete mil trabajadores habían sido despedidos en Tampico, más de cinco mil en la región lagunera y más de dos mil obreros textiles en Orizaba. La derrota de los ferrocarrileros en Yucatán, terminó con el despido de más de quinientos de ellos y rebajados sus salarios. En Pachuca se fueron a la calle tres de los cinco mil mineros y, hubo despidos en Sonora y en otras zonas mineras del país.
En la Ciudad de México, la recién formada Confederación General de Trabajadores (CGT) respondió a las agresiones patronales con la huelga, el paro y los bloqueos en los centros de trabajo. Haciendo uso de la violencia contra la violencia de los policías.
En los primeros meses de 1922 se fueron a la huelga los molineros, los empleados de El Palacio de Hierro, en protesta por los malos tratos de un capataz, los panaderos, quienes demandaban médico y medicinas y jornada nocturna de siete horas, encontrando amplia solidaridad entre los tranviarios y textiles, mientras los telefonistas de la Ericsson tuvieron que hacer frente a sus patrones suecos, quienes intentaban formar un “sindicato blanco”, lo cual impidieron.
En medio del desconcierto y la represión, los telefonistas de la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, que estaba bajo la administración del gobierno mexicano, acordaron declararse en huelga, debido a las pésimas condiciones de higiene en que realizaban su trabajo las operadoras y a sus bajos salarios.
La nueva organización sindical, con el apoyo del Mexicano de Electricistas, los tranviarios y los telefonistas de la Ericsson, exigió a la gerencia arreglara su situación económica, se reglamentaran los turnos de trabajo y se mejoraran las condiciones de higiene en los lugares en donde realizaban su trabajo, además de atención médica y medicinas.
De inmediato, la Telefónica Mexicana respondió formando el departamento médico con los doctores Manuel M. Fernández, que se encargaría de atender a los empleados y operadoras de la Compañía, apoyado por los doctores Severino Herrera y Eliseo Ortiz en las oficinas de las Centrales Neri y Juárez y para la atención domiciliaria, abarcando Atzcapozalco, Guadalupe, Coyoacán, Mixcoac, San Ángel, Tacuba, Tacubaya y Tlalpan, además de realizar los exámenes médicos de ingreso para los aspirantes a ingresar a la Telefónica Mexicana.
Respecto a sus salarios, los telefonistas de la Mexicana solicitaron aumentos en una proporción de 50% para los más bajos y de 5% para los más altos, jornada de ocho horas, pago de salarios por el tiempo que durara la huelga y que no hubiera represalias contra los trabajadores sindicalizados.
Pero no fue sino hasta junio de 1922 cuando los telefonistas de la Telefónica Mexicana acordaron solicitar a la gerencia de la Compañía y al gobierno mexicano, a través de un “memorial” la revisión de 27 clausulas, que modificarían sus condiciones de trabajo, de no cumplir con sus exigencias, los trabajadores se declararían en huelga.
Ante la negativa de responder a las demandas de los telefonistas, la huelga estalló el 14 de junio de 1922 a las siete de la mañana, dejando a la Ciudad de México sin servicio telefónico, ya que los telefonistas de la Ericsson en asamblea extraordinaria, habían acordado secundar el movimiento de los de la Telefónica Mexicana, dando aviso tanto a la gerencia como a las autoridades del Gobierno del D.F., su decisión coincidió con la huelga de los tranviarios, a quienes acordaron también apoyar.
En efecto, desde el 5 de junio, el Sindicato Mexicano de Electricistas había presentado tanto al gobierno como a la gerencia de la Mexicana una solicitud que contenía la revisión de 27 clausulas, entre las que se encontraban, la sustitución del doctor J. M. Aragón por “otro médico más competente”, ya que el mencionado doctor “desatendía a los trabajadores”.
Otra demanda era la separación del inspector Pedro Gómez, por el mal trato que daba a los trabajadores de la Telefónica, quién por venganzas personales, despedía sin ninguna justificación a los telefonistas. Se solicitó también, la sustitución del inspector Juan Antolín, por otro más competente.
Otra de las demandas fue que se estableciera la jornada de trabajo de 8 horas “como máxima” para las “señoritas operadoras” encargadas de las centrales foráneas, además de un día de descanso con goce de sueldo, por cada seis de trabajo; pago del tiempo doble por los días festivos; pago doble por tiempo extra; pago de pasajes, cuando los trabajadores tuvieran que salir a más de 2 kilómetros de las centrales telefónicas Neri y Juárez; diez días de vacaciones por cada año de servicio; sueldo integro en caso de enfermedad “y otras peticiones más”.
Los telefonistas de la Mexicana recibieron el apoyo solidario de electricistas y tranviarios, por lo que de inmediato nombraron comisiones, una para hacer las gestiones necesarias con el gerente de la Compañía y el Sub Secretario de Hacienda, con la “intención de resolver la situación de tirantez en que se encuentran con dicha empresa”, ya que el sindicato consideró que esta situación se había complicado por su solicitud de la sustitución del inspector Pedro Gómez. En espera de la respuesta de las autoridades, los telefonistas acordaron instalarse en sesión permanente, a quienes se les informó por la noche, que las gestiones de la comisión habían fracasado, lo que los llevó a la huelga.
La otra comisión se encargaría de convencer a operadoras y empleados que se negaban a secundar la huelga y apoyar el movimiento, “para que demostraran lo que puede hacer la unión de la clase obrera”. Esta comisión encabezada principalmente por las operadoras, quienes gracias a sus incendiarios discursos, se avocaría a impedir la entrada de las “empleadas reacias” al movimiento, a sus labores, así como que la Telefónica introdujera operadoras improvisadas, a las que la asamblea ya no calificó como esquirolas o rompe huelgas, sino como “Izcacariotas”.
La huelga terminó el 21 de junio, pero no tenemos información de cuál fue el resultado de éste movimiento, lo que sabemos es que los telefonistas de la Ericsson fueron los primeros en regresar al trabajo, iniciando sus labores a las cuatro de la tarde de ese día, siendo recibidos por los altos directivos de la empresa directamente, ocupando sus respectivos puestos.
Los telefonistas de la Ericsson se mostraron altamente satisfechos por el trato recibido por sus patrones, ya que la empresa procedió a pagarles inmediatamente sus sueldos devengados hasta el día anterior a la huelga, además de que se les adelantó el sueldo de la semana que duró la huelga, ya que los ocho días que se mantuvo la suspensión de las labores, no les serían pagados, por lo que su situación “era penosa en extremo”.
El levantamiento de la huelga hizo posible que la ciudad reconquistara su actividad, gracias a que el servicio telefónico se reanudó.