Nicolás Cano, trabajador telefonista de la Empresa de Teléfonos Ericsson en la década de los veinte, dejó plasmado su pensamiento, en el número especial de “El Microteléfono”, Órgano oficial del Sindicato de Obreros y Empleado de la Empresa de Teléfonos Ericsson, del 26 de junio de 1920, que apareció como resultado de la formación del sindicato.
El artículo que escribió el compañero Cano llevó como título:
“Si queréis ser los primeros sed los más fuertes”.
“Muy pocos son los compañeros que al ingresar a las filas libertarias no llevan la idea de que el Sindicato va a remitirlos rápidamente en lo económico y no digo en lo moral e intelectual, porque raros son los compañeros que van a buscar al seno de los sindicatos su mejoramiento en esta forma: acontece que después de varios meses pasados en el seno de la agrupación, ven que su situación ostensiblemente, palpablemente no mejora, que no se tornan de la noche a la mañana de pobres en ricos; deduciendo de ahí que el sistema de lucha es malo y que los sindicatos sólo sirven para mermar su escaso jornal con el entero periódico (sic) de las cuotas, concluyendo por abandonar a sus hermanos de lucha. Una vez fuera del Sindicato, aparte de ser un proletario que desertó de las ideas y recontribuyen hacer métodos societarios sin pensar que ellos mismos con su conducta, contribuyen hacer más pesada la cadena con la cual los tienen aherrojados su explotador.
Echemos una rápida hojeada a la cuestión y veamos cuál es la causa por la que los compañeros no ven realizados sus anhelos con la rapidez que desean .
La principal causa de las desilusiones y descontentos de los compañeros es, a mi entender, el desconocimiento absoluto de nuestros derechos y deberes.
No discutiré la responsabilidad de los que nos han tenido sumidos en la ignorancia, ni la criminal conducta de los que han agitado el alma de las masas proletarias diciéndoles que solo tienen derechos que ejercer y nunca deberes que cumplir.
La teocracia mexicana ofreciendo corazones palpitantes a Huitilopoxtli y la teocracia española hartando a sus dioses de palo con carne humana quemada en las hogueras, encendidas por los ministros de un dios bueno y piadoso, acabaron con la dualidad de iniciativa de sus gobernados (¡) y después de cuatro centurias de semejante régimen, los miserables andrajos humanos que pudieron sobrevivir al látigo y al diente de los encomenderos, es explicable que solo esperen de los extraños el remedio de sus males, por ellos son incapaces de hacer algún esfuerzo en lo individual, ya que la voluntad está, sino muerta, sí aletargada.
Así las cosas, vienen los propagandistas del Obrero Mundial y acatando la consigna de sus años que les arrojaba su soldada, van a los compañeros y para surtir de víctimas a los victimarios, les hablan de socialismo, condensando una doctrina así: Los obreros solo tienen derechos que ejercer, pero no deberes que cumplir, explicándoles que los tales eran matar, destruir e incendiar. Resultó de todo esto que los compañeros han grabado en lo más profundo de su alma unas teorías que tan en armonía están con su indolencia y apatía cuando ven que en su sindicato el mejoramiento es lento, recuerdan las prédicas que han alargado a sus pasiones y desertan de sus agrupaciones.
Se ve pues, que durante cuatro centurias, la gleba, la carne de explotación, de miseria y de infancia solo conoció el deber de hartar a sus explotadores, por lo que los trataron con menos consideraciones que a las bestias de carga. Los primeros portavoces de las ideas de emancipación social solo les inculcaron que todo era de los trabajadores y que el único medio de conquistarlo era destruyéndolo: dinamita, fuego y fusil he aquí los únicos medios que les pregonaron como eficaces para emanciparlos, sin que se les explicara cómo y cuando deben de emplearlos: Entre estos dos extremos ha fluctuado el espíritu proletario; abyección absoluta, desenfreno absoluto.
Nulificando casi nuestra voluntad por una opresión brutal y exasperada nuestra miseria por la inulidad del empleo de la violencia y, sobre todo, perdiendo toda esperanza por la traición y los engaños de que nos hizo víctimas por parte de Carranza y sus hombres, todos los hombres han ocupado las ideas de un fracaso del solo son responsables los directores de los trabajadores por su traición y de nosotros mi8smos por nuestra apatía y debilidad a los que nos traicionan y engañan.
Así pues, las ideas societarias, los métodos de lucha para hacerlas triunfar no son los malos, somos nosotros los que todavía no podemos beneficiarnos con ello por ignorancia y apatía, tanto más cuanto que nuestros males por lo expuesto son gravísimos y no de fácil curación.
¿Qué es pues, lo que debemos hacer? Educarnos, ilustrarnos y prepararnos, para cumplir con nuestros deberes y ejercer nuestros derechos; laborar sin descanso para robustecer las agrupaciones libertarias; no desmayar en la lucha, cualquiera que sean los fracasos y contratiempos y sobre todo no olvidar que lo peor que podemos hacer es colaborar dentro de nuestro sindicato para el mejoramiento de nuestros hermanos de miseria, que no haremos otra cosa sino trabajar por nosotros mismos al hacerlo por ellos.